Con el comunicado de disolución de la banda terrorista ETA, España deja atrás de manera definitiva la segunda losa que el siglo XX nos impuso como paso previo a la consecución definitiva de la democracia. El primero fue el franquismo. Y aunque ambas formas de representación de la barbarie y de la violencia coincidieron durante algunos años en el tiempo, el hecho de que ETA sustituyera al franquismo en el ejercicio de la violencia engrandece la lucha por la libertad que se llevó a cabo. La historia de ETA tendrá siempre un final triste. El peor de ellos. Las casi 900 víctimas y los miles de heridos que provocaron los asesinatos apoyados por lo cómplices que jalearon a la banda terrorista.

Desde que en el año 2011 ETA asumió su derrota declarando «el cese definitivo de la actividad armada» hasta la pantomima delirante del pasado viernes en Francia tratando de escenificar la firma de un supuesto acuerdo de paz entre dos Estados en guerra, ETA ha intentado, durante todos estos años, justificar su final ante todos aquellos que la apoyaron sin haber conseguido ninguno de sus objetivos. Su actividad asesina sólo ha tenido dos resultados: matar por matar y sembrar el odio.

Los que nacimos en los primeros años de la década de los 70 crecimos y vivimos viendo imágenes de atentados, leyendo resúmenes de las vidas de los asesinados y escuchando el mísero lenguaje plagado de eufemismos que los cómplices de los terroristas utilizaban para justificar las muertes y los chantajes. ¿Qué queda de todo aquello? Queda el recuerdo de los ausentes y la memoria de los que dieron su vida por la libertad de nuestro país.

Ahora, el deseo de ETA, una vez que ha sido derrotada, es elaborar un relato histórico en el que los terroristas aparezcan como luchadores frente a un Estado opresor. No lo van a conseguir, como tampoco consiguieron doblegar la voluntad de sus cientos de víctimas que pagaron con su vida la consecución de la libertad. Se sabe y se sabrá lo que pasó.

Aunque ETA trate de ocultar su derrota detrás de imaginarias negociaciones pasadas o futuras, la realidad es que lo único que ha conseguido durante su existencia, y de manera especial durante la democracia, es crear un escenario de violencia, de terror y de desconfianza. No va a ser fácil desmantelar el entramado de relaciones que permitió a miles de personas de dos o tres generaciones vivir a costa de ETA, es decir, vivir del dinero que se conseguía extorsionando a empresarios a cambio de perdonarles la vida.

Hubo víctimas de todas las edades y de todas las clases sociales. Y son todas aquellas víctimas las que ahora, desde el lugar en que están instaladas en la memoria colectiva de nuestra sociedad, nos piden que no olvidemos que detrás de sus muertes hubo una lucha justa y necesaria por la libertad. Esa clase de libertad, plena y llena de vida, que disfrutamos y que disfrutarán nuestros hijos gracias al sacrificio de todos ellos.