Nos dijeron que éste era un Estado de derecho, y nos lo creímos. Nos dijeron que los famosos tres poderes eran independientes, y nos lo creímos. Sacralizaron la figura del juez como un ser supremo, y nos lo creímos. Nos repitieron que había que respetar las sentencias, y nos lo volvimos a creer. Así, sumisos y creyentes, con ellas, caminamos hacia el precipicio donde estamos.

Los jueces no pueden trabajar con miedo, dicen, pero las mujeres están viviendo con miedo desde hace siglos, y no parece que eso le preocupe a nadie. Los tres poderes con su ceguera, con su lentitud y con la falta de sensibilidad respecto a la realidad social, nos están llevando a la ruina moral.

Mientras, ellas están a la intemperie. Sobreviven porque están hechas de otra pasta, pero les cae cada día una tormenta de rayos y truenos que las diezma sin piedad. Y nosotros, a cobijo y discutiendo. Mientras pedimos minutos de silencio, ellas necesitan minutos de vida segura. Queremos que denuncien, pero no las protegemos, queremos que declaren, pero no las creemos, queremos que sean heroínas, pero permitimos que sean víctimas.

Ya no hay tiempo. La paciencia se ha convertido en un arma mortal y en una humillación detrás de otra. Se exagera mucho, dicen los atrincherados; al final no podremos ni hablar, caricaturizan los machos. Y es verdad, no podemos hablar si no es para pedir perdón por décadas de abusos y disimulo.

Luego, un tipo acusado por el Consejo de Europa por hacer uso de la prostitución regalada dice «ya me gustaría a mí». Y es senador, no crean, y muy mayor de edad. Pero, ya ven, es su forma de hablar. Por insultar a la monarquía las penas van que vuelan. Insultar a las mujeres es gratis y gracioso.

El 8 de marzo marcó una frontera, la sentencia del día 26 ha marcado otra, y ya no habrá más. Ni los jueces ni las leyes están por encima de las mujeres que se rebelan ante el agravio repetido. Dicen que el poder reside en el pueblo, por eso las voces que se levantan aquí y allá deben hacer reflexionar a los que están en una torre masculina de marfil y creen que desde allí se puede gobernar, legislar, firmar sentencias. Es mejor que se den cuenta cuanto antes de que no es así, que deben cambiar con urgencia leyes y personas, para que la sociedad se normalice de verdad.

Solo entonces ellas podrán sonreír sin fingir. Y el mundo sonreirá con ellas.