Ha caído el CIS como una pátina de certeza sobre la vaporosa intuición de quienes presentíamos el arrumbamiento del viejo bipartidismo y el advenimiento del nuevo. Ha puesto negro sobre blanco, en forma de astrología certificada, el aniquilamiento del rojo y el azul a manos del naranja y el morado. La derecha y la izquierda tradicionales, de solera y poso, bajan al fondo como sustancias más densas y dejan lo de arriba para la revolución huera de Podemos y el oportunismo etéreo de Ciudadanos. El CIS nos ha mostrado esto y, paralelamente, otra cosa: la enésima constatación de que los políticos no sólo reflejan las ideologías de quienes los eligen, sino también los modales y el nivel cultural.

Una parcela importante del análisis periodístico viene subrayando el desplome vertiginoso que ha sufrido la oratoria parlamentaria de un tiempo a esta parte. De modo que no son cuatro las formaciones que aspiran a ocupar el hemiciclo del Congreso, sino la convivencia momentánea de las dos antiguas y las dos modernas, el instante de transición de las unas a las otras. El CIS ha hecho visible una intersección histórica, el paso de un tiempo a otro, la coincidencia interina de dos tipos de sociedad. Un resto de tradicionalismo religioso y monárquico, aficionado a los toros, admirador de la nobleza y votante incondicional del PP, y otro de republicanismo intelectualoide, laboralismo engañoso, intervencionismo estatal y batiburrillo filosófico que vota ciegamente al PSOE solapan su decadencia final con el florecimiento de un liberalismo improvisado, un rigor intrascendente y una imagen sin sustancia llamada Ciudadanos y con la impostura de una revuelta demagógica, un bolchevismo extemporáneo y un cinismo permanente conocido como Podemos.

Pero lo cierto es que, como siempre, no pasamos de dos bandos. Vemos, iluminadas por el relámpago del CIS, a la nueva derecha que, junto al espectro de la vieja, se opone a la nueva izquierda y al fantasmón de la primitiva; pero es una fosforescencia temporal, un fogonazo que muestra el minuto efímero de una sustitución. Lo viejo desaparecerá y quedará lo nuevo: el mismo bipartidismo de siempre pero con menos categoría, menos capacidad, menos enjundia y menos vocabulario. Esta sociedad ligera, trivial, consumista y chabacana en que nos hemos convertido encumbra partidos de pacotilla.