Está de moda decir que no hace falta desayunar. Los argumentos son, que si no se tiene hambre, pues no es necesario, porque con los desayunos, según comentan, lo único que se consigue es enriquecer a la industria alimentaria que nos da a elegir entre una amalgama de bollerías varias, cereales saturados de azúcares añadidos, zumos que solo son agua y azúcar y demás calamidades alimentarias. Se ve, según esto, que nadie tiene capacidad de decisión y no sabemos elegir un desayuno saludable. De acuerdo con este razonamiento, se podía hacer extensible a que tampoco es necesario comer, ni cenar. Lo mejor sería ingerir solo cuando se tenga hambre. Menos mal que esto se dice en nombre de la ciencia, que no sé cómo sería si se dijera sin evidencia científica.

También se dice que no es la comida más importante del día, y en eso estoy totalmente de acuerdo. Lo que no sé es cuando se ha dicho que tenga que serlo, a no ser en la cultura anglosajona y norteamericana. Por otra parte, se comenta que un buen desayuno sería tomar las sobras de la cena y, claro, eso dependerá de lo que se cene, porque si es embutido, tal vez sobra porque se están haciendo cenas excesivamente copiosas.

Se acusa a los desayunos de ser los culpables del aumento de la obesidad en España en los últimos años, como si las galletas se comieran desde hace dos días. Una gran parte de la población española no tiene hábito del desayuno. Muchos escolares niños y adolescentes acuden a clase sin desayunar y el problema no es que desayunen o no, sino qué desayunan. Y que si no lo hacen, luego el almuerzo no suele ser nada saludable, sino también bollerías y bocadillos de embutidos que o se llevan de casa porque es lo más rápido o se compran en las cafeterías de los centros escolares si las tienen o lo proporcionan las empresas de restauración colectiva que gestionan el comedor. Pero fruta no se ve por ningún sitio, a no ser que se lleve de casa, lo cual es una muy buena opción.

Los hábitos alimentarios no se cambian de un plumazo, de forma que si tan sólo hace unos diez años que se empezó a hacer campaña sobre el buen hábito de desayunar, es demasiado pronto para valorar si esta intervención en promoción de la salud ha sido eficaz o no, y menos para decir que el desayuno es el culpable del aumento de la obesidad. Lo será el consumo de ultraprocesados y precocinados a cualquier hora del día, que cada vez ha ido adquiriendo más adeptos, por su fácil consumo sin preparación previa, lo que los ha convertido en una opción muy utilizada en la sociedad del estrés y las prisas en que nos movemos.

Ya está bien de marear a la población para generar polémica y sensacionalismo. Las intervenciones de promoción de la salud no se hacen desde los púlpitos y las potronas, sino desde las trincheras del día a día y son programas muy bien diseñados, con evidencia científica y con un gran trabajo para poderlos llevar a cabo. Pero es muy fácil criticar para un beneficio propio o porque a uno le va bien y no para un beneficio colectivo, que al fin y al cabo es lo que deben hacer los buenos profesionales.

Por tanto, desayunar es un buen hábito ya no tan solo por el hecho de lo que se come, sino también porque es un momento de socialización familiar, un momento de compartir de buena mañana y no recargar solo las pilas fisiológicas, sino también las psicológicas y anímicas. Luego un desayuno saludable sí hace falta. Lo que no hace falta es atiborrarse de comida de buena mañana, pero un desayuno frugal que no aporte más de un 15 % de las kilocalorías totales del día es aconsejable siempre que se tolere bien.