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Alfons García03

Como niños pobres

El verdadero arrepentimiento de Costa habría sido que hubiera cantado cuando estaba en la cresta de la ola, cuando todos le reían las gracias y se pavoneaba por los pasillos de las Corts y de la sede del PP como auténtico amo del corral.

A veces tengo la impresión de que los periodistas somos como esos niños pobres de Pessoa que juegan a ser felices. Jugamos a dominar las claves de la realidad que nos envuelve pero en verdad no somos más que niños pobres cuyo principal patrimonio es la ilusión. Me pasa en las últimas semanas con Ricardo Costa. Debe de ser esa piel católica que llevamos encima después de casi mil años de adoctrinamiento más o menos intenso, según las épocas, pero parece inevitable identificarse con quienes se arrepienten, confiesan y piden perdón. Costa sabrá el grado de sinceridad de su última acción, pero un análisis frío y vacío de sentimentalismos indica que ha dado el paso cuando ya no tiene nada que perder.

El verdadero arrepentimiento habría sido que hubiera cantado cuando estaba en la cresta de la ola, cuando todos le reían las gracias y se pavoneaba por los pasillos de las Corts y de la sede del PP como auténtico amo del corral, el joven triunfador sentado a la diestra del todopoderoso Camps. Entonces, Luis Bárcenas, el fuerte, ya le avisó de que lo estaban haciendo mal, de que era ilegal que algunos interesados empresarios pagaran al amigo de los Bigotes los actos que organizaba para el PP. Eso dice él ahora. Hace diez años no dijo nada.

Sé que el contexto era otro, que eran días de vino y lujo, de relojes Hublot y bolsos de Loewe como caídos del cielo. Quizá cualquiera, yo mismo, habría hecho lo mismo: dejarse llevar. Pero Costa lo hizo entonces y lo hizo después, incluso cuando el partido le retiró los galones de mando y quedó detrás del cordón sanitario de los apestados por la corrupción (cada vez menos presunta). Incluso lo negó todo durante la instrucción del caso por la rama valenciana de la Gürtel, cuando su confesión podría haber hecho que la investigación policial y judicial llegara hasta estratos más profundos y más altos de la manzana podrida del PP.

No lo hizo. Lo ha hecho ahora, cuando la contraparte necesaria, los empresarios, empezaron a admitir el sistema de financiación ilegal que funcionaba y que por su carácter de sistema dista bastante de los casos ahora conocidos de PSPV y Bloc, por mucho que estos huelan mal y que Isabel Bonig intente equipararlos. Lo ha hecho cuando difícilmente tendrá consecuencias sobre otros reyes de entonces, como Camps, y cuando a él ha empezado ya a restarle años de petición de condena. Vamos por los cuatro años. Una rebaja que previsiblemente continuará, dado que la colaboración con la Fiscalía parece que suma y sigue.

Posiblemente, el arrepentimiento de Costa es sincero, aunque el arrebato le ha llegado cuando no tenía más salidas y menos daños colaterales provocaba. Pero ya se sabe que uno nunca es dueño de sus emociones.

Lo mismo podría decirse de ese yonqui del dinero que vio la luz en el Amazonas. El suyo es un caso de arrepentimiento por acorralamiento, por muy sugestiva que resulte su nueva imagen y su nueva vida de hombre en paz con las estrellas (aunque no exenta de fiestas, dicen algunos). Ellos lloran y bailan. Nosotros seguiremos jugando a ser felices.

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