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Cosas que importan y no preguntan

Leo el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y empiezo consultando las previsiones electorales. Poca novedad. Se confirma el alza de Ciudadanos, manteniendo la tendencia observada en los últimos meses; los demás siguen de capa caída. Advierto cierto tufillo a cocinado en las estimaciones de voto. Ya me explicarán cómo se mantiene el PP en cabeza, aunque sea por los pelos, porque esta conclusión no resiste el análisis más simplón. Los datos indican que solo mantienen la preferencia entre los mayores de 65 años, mientras reciben un contundente repaso en los demás grupos de edad. Y, remitiéndonos al voto decidido, el «sorpasso» es doble: tanto el PSOE como los de Albert Rivera les dejan atrás. Solo el maquillaje posterior, en forma de conclusiones de difícil credibilidad, parecen relativizar la constante y progresiva pérdida de apoyos electorales para el partido de Rajoy. Lo dicho, nada nuevo.

Aunque sea lo más llamativo de los barómetros de opinión, la información política no es lo único relevante. Hay un pequeño apartado de la encuesta del CIS que me despierta mayor interés. En realidad, apenas es una pregunta en la que se hace mención a los principales problemas que afectan a los españoles, a nivel personal. Se ofrece un amplio listado de situaciones que, por cuestiones estrictamente metodológicas, conlleva cierto grado de confusión. Los encuestados deben elegir solo tres opciones, con una sensible influencia de lo que se oye en la calle y en los medios. Lo grave, en sí mismo, no es el hecho de que se destaquen problemas que no son tan personales, sino generales; lo realmente preocupante es olvidar los grandes problemas que condicionan nuestra vida, en el día a día. La cuestión es que uno sigue sin encontrarse representado en los resultados. Debo ser un tanto marciano. Ustedes también, seguro.

Por supuesto que al ciudadano medio le importa el desempleo, los problemas económicos o el estado de la sanidad. Del fraude y la corrupción, supongo que nos preocupa tanto el daño económico como, muy especialmente, que este tipo de sinvergüenzas puedan acabar marchándose de rositas. Son asuntos de nuestro interés, pero la lista se queda corta o, cuando menos, se aleja algo de la realidad cotidiana. Y es que, salvo contadas y temporales excepciones, la enumeración de estas adversidades se mantiene invariable a lo largo de los años. La vida, sin embargo, cambia.

Los tipos normales tenemos preocupaciones que, no por cotidianas, dejan de ser más relevantes que esos asuntos que acaban por condicionar la agenda política. Motivos tengo para dudar sobre la fiabilidad de este apartado del barómetro del CIS. Vean un ejemplo. Cuando se interroga sobre cuál es el problema que afecta en mayor medida a los entrevistados, hay uno que parece obligado situar en primer lugar: las preocupaciones y situaciones personales. Sin embargo, apenas el 1,4% de la población cree que este es su mayor problema. Repito: consideramos que «las preocupaciones y situaciones personales» -literalmente-­­­­ no son los problemas que más nos preocupan. Disculpen, pero no lo entiendo.

A la hora de conocer los intereses de los españoles, el barómetro del CIS no parece ser tan útil como cabría esperar de un aparato demoscópico de esta magnitud. Es difícil asumir que situaciones como los avatares de la juventud, los efectos de los recortes presupuestarios, las hipotecas, la subida de las tarifas energéticas, el cuidado del medio ambiente o la violencia contra la mujer, apenas sean destacados por uno de cada cien encuestados. Es evidente que los resultados no reflejan lo que se advierte en la calle. Como les comentaba, debe ser cuestión de una metodología que exige priorizar tres problemas en el momento de responder, descartando otras muchas cuestiones de destacada importancia. Y cuando las respuestas se encuentran condicionadas por la opinión social del momento, los resultados obtenidos se quedan en un mero aderezo informativo, bastante lejano de la realidad personal de los entrevistados.

Agradecería que se dejaran de memeces y nos consultaran sobre asuntos algo más cotidianos. Ya saben, de aquello de lo que hablamos los mortales. Podrían ir más allá del nivel de conocimiento público del político de este o aquel partido, o de lo bien o mal que hacen sus funciones. Si algún día estoy entre los elegidos por el CIS, me agradaría ser interrogado sobre esas pequeñas cosillas que aún nos importan. Por ejemplo, sobre la pérdida de las mínimas normas de educación y convivencia. O sobre el respeto y cuidado de nuestros mayores, que el asunto va más allá de las pensiones. Ya puestos, podrían preguntarnos sobre los temas de calado que andan discutiéndose en la arena política. Ahí tienen el caso reciente de la eutanasia. Digo yo que algo valdrá la opinión de la plebe, ¿no?

Más allá de seguir repitiendo el día de la marmota, en versión demoscópica, también podrían interrogarnos sobre algunos aspectos más estructurales de nuestra convivencia. Por ejemplo, conocer nuestra opinión acerca de cuáles son los valores que se priorizan y aquellos que han ido desapareciendo. A la vista de los resultados, solo a uno de cada cien españoles le inquieta la crisis de valores y, sinceramente, cuesta creerlo. Tal vez fuera interesante cuestionarnos sobre los sentimientos de soledad que invade a esta sociedad, sobre la pérdida de las redes de apoyo entre las personas. O sobre las brechas sociales, las desigualdades de género o el futuro que prevemos para nuestros hijos. Pregúntenos sobre el desinterés hacia los sentimientos de quienes nos rodean; sobre esa falta de empatía que subyace bajo la inmensa mayoría de las conductas antisociales. Pregunten.

Esa es nuestra realidad, por mucho que el CIS nos situé en otro mundo. Lo lamentable es que, no apareciendo en las encuestas, los problemas no existen. Así de simple.

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