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De actitudes y proporciones

Hay cosas que no están hechas para el primer plano. Cosas que adquieren su auténtica proporción vistas desde la media distancia o, incluso, de lejos. Sin embargo, nuestra época se empeña una y otra vez en convertir el mundo en una placa de microscopio. La idea es llegar al máximo detalle, cuanto más ampliado mejor, cuanto más deformado mejor, hasta apreciar el poro colosal, la parte de un todo irreconocible a fuerza de cercano, a los que se da valor de absoluto. No sé si fue antes la tendencia o la técnica. Porque, igual que el futuro busca parecerse a las películas de ciencia ficción (la contaminación atmosférica de Blade Runner casi la tenemos encima), el ansia por aproximar lo distante viene del brazo de los artefactos digitales. En concreto, de uno muy común: la cámara para hablar por teléfono; lo del móvil que hace fotos ya es historia, se ha quedado anticuado.

La clave se me reveló con un ejemplo muy claro: los pasos de la semana santa sevillana. Para el no iniciado diré que cada paso es un sistema solar dentro de la galaxia de una procesión. La imagen principal es el sol; los planetas, las demás imágenes que la acompañan o, en el caso de que carezca de secundarios, los elementos estructurales, incluida la decoración -siempre simbólica, nunca casual-, del paso en sí. Y aún hay satélites: los adornos florales con su correspondiente simbología. Antes un paso tan sólo tenía sentido considerado en conjunto. Y, además, en la calle. Su andadura y sus paradas no eran gratuitas. Quieto o en movimiento, el paso poseía un objetivo, y para que se cumpliera era preciso mirar las imágenes en contrapicado; el espectador quedaba en un plano inferior, empequeñecido por la envergadura de aquella forma cúbica e imponente. Entre el rostro de la imagen y el espectador había distancia, que funcionaba como el aire en los cuadros de Velázquez, crucial para que encajaran el observador y lo observado. Una distancia activa. Pero con el imperio de la cámara-teléfono -y del paloselfie- todas esas delicadas combinaciones se han olvidado, y ahora se impone un primer-primer plano que distorsiona un equilibrio antiguo y perfecto.

Hay primeros planos del todo innecesarios, como son los tweets. A base de zoom, cualquiera de ellos adquiere categoría de aforismo, pero puestos en el formato de la página recuperan su auténtica dimensión: en muchos casos, dos líneas y media de tópicos y vaciedades. Así, también, el rostro de los políticos en alguna sesión donde se debate un asunto de importancia. Una panorámica del hemiciclo hace que el espectador conserve la fe en la dignidad del parlamento; el primer plano de un diputado mirando con sonrisa de cínica superioridad al compañero de otro partido en el uso de la palabra disuelve esa fe como un chorro de ácido. ¿Nace el desencanto de comprobar una actitud individual antes invisible, o de la desproporción tecnológica? Quizá eso no importe; lo único cierto es que la tendencia ya no tiene marcha atrás.

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