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Juego de pactos

Con el tiempo tendremos claro que el aspecto más perverso del contencioso entre Madrid -las élites madrileñas - y Barcelona -las élites catalanas- es que, por sus implicaciones y gravedad, nos obligan a hablar de ellos. Y, por supuesto, no se lo merecen porque a riesgo de que se rompa y lo paguemos todos, no les importa seguir tirando de la cuerda más allá de lo tolerable. Es lo que Daniel Innerarity llama «la alianza de los neuróticos», más bien la conjura de los necios. O de los paranoicos: miedo a ser menos, a no estar los primeros, a no mandar, eso es todo. El propio Innerarity marca una posible salida: «no nos preocupemos por si habrá pacto o no. Preparemos un juego que perderá quien aparezca como culpable de no haberlo alcanzado (el pacto)». Eso es.

Y sobre todo mucha tranquilidad. Este país ha pasado por convulsiones mucho peores: lo supuraremos. El otro día el historiador Jan Klima decía que sin moverse de casa ha vivido en seis estados diferentes: desde el protectorado alemán de Bohemia y Moravia a la Chequia independiente, cuya separación de Eslovaquia es presentada, con razón, como modélica, siempre que recordemos, como hace el propio Klima, que no la deseaba la gente ni de un lado ni de otro. Cuestión de élites. Como lo fue la separación de Portugal, lo reconoce el honesto Gabriel Magallaes. La derecha catalana usa el mismo procedimiento que la española: una ley electoral que le permite a la pomada imponerse aunque este muy lejos de la mayoría.

Y si siento como propios a los portugueses, ¿Cómo voy a aceptar la extranjería de catalanes o españoles (aunque el ministro de cultura, nada menos, sea Íñigo Méndez de Vigo a quien aún le crujen los correajes). Cosas curiosas del nacionalismo: si uno no quiere la independencia de Escocia o de Euskadi, se le tacha de nacionalista inglés o español. Y viceversa. O sea que en una época en la que curamos bastantes tumores malignos, la capacidad invasiva que se le reconoce al nacionalismo es tal que lo sensato es padecerlo de la forma más residual e involuntaria posible.

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