Mientras los hijos de Donald Trump inauguraban sonrientes y entre aplausos la embajada de EEUU en Jerusalén, a pocos kilómetros de distancia se estaba perpetrando una auténtica masacre por parte del ejército israelí contra la población palestina, que protestaba contra el traslado de la embajada de EEUU de Tel Aviv a la que consideran su capital, Jerusalén y que de momento ha dejado un balance de 60 muertos y casi 3.000 heridos.

Las imágenes que nos llegan desde la franja de Gaza son atroces, con niños y bebes asfixiados entre los gases y las balas del ejército israelí. Niños separados de sus padres y metidos a la fuerza en furgones. Los hospitales no dan abasto para atender a los heridos que se cuentan por millares.

EEUU ha dado barra libre a Israel para que aniquile a los palestinos con absoluta impunidad.

Los hechos deberían ser investigados por la ONU y llevar a sus responsables ante la Justicia internacional para que respondan por crímenes de lesa humanidad.

Tomo prestadas las palabras de Alfredo Pérez Rubalcaba ante el sentimiento de indignación que le embarga y que comparto absolutamente: Indignación, miedo y perplejidad. Son los tres sentimientos que me embargan después de la matanza de ayer en Gaza. Indignación por la impunidad con la que el ejército israelí disparó contra una multitud indefensa matando a más de cincuenta personas e hiriendo a otras miles. «Es un gran día para la paz» declaraba Netanyahu, mientras los hombres a sus órdenes masacraban a los palestinos. Miedo por las consecuencias de la insensata política de Trump en Oriente Próximo, de la que el traslado a Jerusalén de la embajada de EEUU no es sino una muestra. Y perplejidad: ¿Qué hacían los embajadores de cuatro países de la Unión Europea. Austria, Hungría y República Checa, en un cocktail de celebración del traslado de la embajada de los EEUU?