No parece que pudiera constituir para nadie un desatino que el convento de Santo Domingo y el vecino monasterio del Temple, -conectados, río por medio, con el Museo de San Pío V- fueran reivindicados en conjunto como espacios artísticos e históricos de Valencia para el gozo de la contemplación ciudadana y su instrucción artística. Con eso he soñado siempre sin pedir perdón. Pero que encima tales espacios acogieran las excelentes colecciones del patrimonio histórico de la Comunidad, tanto mejor no sólo para los propios valencianos sino para los numerosos visitantes que puedan gozar en Valencia de semejante tesoro. Extraña por eso el hecho de que tan singulares monumentos históricos acojan hoy la casa de la delegación del Gobierno de España, en un caso, y en otro, la jefatura autonómica del Ejército de nuestro país. Para tales sedes ha habido edificios públicos de sobra donde bien podrían tener adecuados espacios sus administraciones y sus jerarquías, como las han tenido y tienen en otras capitales españolas, tanto en la propia dictadura como en la democracia.

No hay que entender por eso, a estas alturas de los tiempos, que se trate de defenestrar a unas instituciones u otras de espacios históricos fundamentales para la educación de los ciudadanos y su particular gozo, sino de recuperarlos para la instrucción educativa y el disfrute artístico, que supongo defenderán con extremada finura todos aquellos que aspiren a que sus hijos terminen estando tan instruidos como ellos. Y creo que es seguramente eso lo que han pretendido algunas organizaciones, más cerca en este caso, supongo, de la cultura que de la pelea. Y no diré de la política, que es o debería ser esencialmente cultural y no zafia como a veces se muestra; que es o debería ser más instructiva que necia. Pero tampoco se deben imponer en situaciones como esta ejercicios de la historia de algunas instituciones que en el caso del Ejército Español cuentan hoy con mujeres y hombres que sirven a una sociedad democrática con nuevo espíritu, más modernillos, y con otra formación. Estos servidores públicos, que lo son tanto en el espacio civil como en el militar, aunque nunca he entendido que se tenga que tratar de espacios distintos, no forman parte de una religión o una casta y por tanto requieren oficinas o despachos desde los que puedan servirnos con respetuoso tratamiento, pero sin exigencias de culto.

No entiendo en consecuencia a aquellos sectores políticos muy avejentados, y más militarizados que los propios militares, que puedan empeñarse en hacer de la milicia una religión, del ejército una iglesia y de los militares unos sacerdotes. Entre otras cosas, porque si en eso se empeñan en casos como este lo mejor que podrían hacer es defender la devolución a la Iglesia de lo que le quitó Mendizabal: el convento valenciano de Santo Domingo entre otras joyas. Y no creo que ni siquiera la Iglesia se empeñe en tales recuperaciones. Aunque no estoy seguro de que el actual arzobispo de Valencia, que es en si mismo una iglesia particular, no tratara de negociar estos asuntos.

Pero si lo que pudiera quererse de verdad es abrir estas joyas del arte valenciano a la ciudadanía, y pasar las oficinas y los despachos a espacios de normal uso, dejaríamos de pensar incluso de dónde estaba un tal Milans del Bosch la noche de un 23 de febrero de 1981, rendiríamos culto a la democracia y nos empeñaríamos en recuperar nuestro arte y nuestra cultura. No creo que el moderno ejército español - es decir, los jóvenes militares- necesiten de la devoción ciudadana de aquellos a quienes sirven. Pero tampoco me importa.

Ahora bien, mientras no se produzca por parte del Gobierno de España, y de este como de los anteriores, una federalización de la cultura, todas las iniciativas de este carácter, provengan del parlamento autonómico que provengan, obtendrán los mismos resultados. Y lo peor de todo es que aquí, al igual que en otras autonomías, seamos tan ingenuos que lleguemos a creer que en Madrid se nos escucha.

Lo raro es que no lo tengan claro aquellos políticos que ya saben que en Madrid sus propios compañeros, cuando oyen hablar de historia, se aferran unos al pasado y otros se ríen de él. Unos por vieja ignorancia, otros por devociones vetustas y algunos porque creen que esas dos circunstancias conforman una ideología. Los demás deben saber que pedir por pedir lleva incluso a que te quiten lo que tienes. Pero lo mejor es para otros, negar y negarse. Don Benito Pérez Galdós fue parlamentario en su tiempo y se quejaba de lo mismo, echando pestes de los políticos ignorantes. Se quejaba de que cada uno fuera a lo suyo. Y de lo ridículo que resultaba a veces para cada cual lo propio. ¡Ay, Galdós, Galdós?!