Este viernes salí a cenar con un grupo de amigos. Cuando terminamos. Fuimos a tomar una copa, con la intención de hablar y de ponernos al día. Todavía no era muy tarde, cuando llegó el momento de marcharnos.

Una amiga se brindó a llevarme a casa, pero yo había quedado con mi pareja en que la recogería, al cruzarnos en el camino de vuelta a casa, por la plaza del Ayuntamiento. Así que, pese a su insistencia por acercarme en coche decidí ir andando. Quería sólo dar un paseo por la ciudad. Hacer «mindfundless» y observar con detenimiento el movimiento y los edificios de Valencia. Respirar el polen de los árboles de Gran Vía.

Disfruto de los paseos nocturnos, así como ir en bici por la noche. La ciudad no es que esté tranquila, pero no suena tanto a tráfico ni hay tanta gente por la calle con quien tropezar.

Mientras caminaba, iba curioseando las puertas de los restaurantes y pubs. La gente disfrutaba de la buena temperatura, charlaban y fumaban. En uno de esos, un chico sentado en encima de una moto se dirigió a mi lanzándome una pregunta:¿Vas solita? Me soltó.

Era evidente, que no solo quería captar mi atención, sino ser dueño también de mi miedo o de mi incomodidad. Pero no le iba a dar ese gusto, ni a otorgarle ese poder. Así que me giré, cogí aire y lo miré. No estaba solo, había otro chico de pié con una sonrisa de oreja a oreja, aún así le contesté: «Voy sola, pero tu estás muy bien acompañado».

Las mujeres, continuamente soportamos este tipo de intromisiones, unas veces más, otras veces menos afortunadas. Sin embargo, ninguna mujer debería sentir temor o inseguridad al andar por las calles de su ciudad o el pueblo en donde vive.

Me pregunto, si esa misma pregunta me la hubiese hecho si hubiese sido de día. Me temo que no. Nadie se cuestiona que una mujer vaya sola de día. ¿Qué sucede entonces por la noche? ¿Porqué debemos estar en alerta? ¿Es que acaso ellos cambian cuando viene la noche? No lo sé. Sinceramente, la cuestión es que por el día «nos piropean» y por la noche «nos intimidan». La intromisión es la misma, aunque sus frases cambien.

El concepto de civismo se define también como el intento de la ciudadanía a garantizar el bienestar de las demás personas de su comunidad. En base a esta definición, podemos afirmar que no hay nada de cívico en un comportamiento machista de este tipo. Ni mucho menos gracioso.

Hace un tiempo que me cansé de agachar la cabeza y de callar. No quería sentir esa frustración cuando sonaban sus risas a la vuelta de cada comentario machista. Así que empecé a contestar, algunas veces con mejor humor que otras, a este tipo de provocaciones. La ironía es muy útil delante de este tipo de situaciones, les descoloca, les pilla desprevenidos. No se esperan que mostremos fortaleza ni este tipo de reacción serena y efectiva. Ahí les llega su noche, se quedan desarmados. Y yo siento, que mi miedo sólo lo controlo yo.