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El lloro del rebote de pasajes

En la plaza de pelota a largo que se mantiene junto al muelle del puerto de Pasajes de San Juan luce una inscripción en piedra de 1839: el juego de Ble cederá al de Rebote. O sea, el juego indirecto será secundario al de Perkain y Simón de Arraioz. La exigencia escrita sobre la pared de piedra de sillería confesaba la imparable irrupción del juego que ganó popularidad tras el descubrimiento por los europeos del caucho, la palabra de los tainos o brasiles que significaba «lágrimas del árbol». Bernal Diaz del Castillo, en su historia de la conquista de la Nueva España ya habla del asombro de los españoles al ver el bote de las pelotas de goma de los juegos aztecas, mixtecos o mayas. Aquel lloro de las plantas amazónicas que revolucionó la vida de la humanidad acabó provocando las lágrimas de los enamorados de los grandes desafíos de Bote Luzea que enfrentaban a las selecciones de ambos lados de la frontera administrativa, que no sentimental, de los territorios vascos. La pelota de látex hizo vistoso el juego contra la pared y los antiguos pelotaris de Llargues de Pasajes y de otros lugares euskaldunes acabaron cediendo a la pujanza del «ble». Fue un lento decaer, un ceder el paso que fue ya definitivo con Indalecio Sarasqueta, el Chiquito de Eibar, que, formado en el juego a Largo, aprovechó sus recursos técnicos para revolucionar el frontón y convertirse en una figura legendaria. Con 16 años, en Eibar, derrotó al cura Laba, de Marquina, y pudo considerarse el número uno en la modalidad de mano, cuando ésta se practicaba sin protección alguna. Posteriormente, Indalecio también fue el mejor en pala y en cesta punta. Esta última modalidad fue la más profesionalizada y en la que el legendario pelotari alcanzó su fama internacional. Murió a los cuarenta años atacado por la tuberculosis.

Pasajes quiere recuperar el esplendor del pasado, cuando su puerto era el principal del comercio vasco y del comercio castellano. En aquel estuario del río Oyarzun soñaba con alcanzar la gloria Blas de Lezo, el mismo que derrotó a los ingleses en la crucial batalla de Cartagena de Indias; en sus alrededores se inspiraba Victor Hugo, quien sabe si disfrutando de algún duelo de pelota. Y de aquellas aguas que penetran en el corazón euskaldún partió el general francés La Fayette para luchar por la independencia de los territorios ingleses de la costa este norteamericana.

Para recordar aquellos tiempos, la localidad guipuzcoana ha organizado este pasado fin de semana un reencuentro con los barcos veleros, algunos verdaderas reproducciones de los que usaron los propietarios de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. Y allí, en aquella plaza que reivindicaba en 1839 la prevalencia del juego a largo han querido estar los pelotaris del club de Oiartzun, para testimoniar la presencia del más antiguo de los juegos de pelota que hoy parece resurgir en todos los territorios vascos, en sus siete provincias. Resucita a pesar del deliberado olvido de los medios informativos, monopolizados por el látex del frontón profesional a los que ni siquiera parece importarles la súplica llorosa del viejo juego que vuelve con ganas de recordar que aquel territorio le pertenece, que al menos merece saborear el verde paisajes de los valles donde los viejos euskaldunes cantaban como los valencianos, quinze i ratlla. Como los picardos, como los flamencos, los valones, los toscanos, los piamonteses, los ligures, los aragoneses o los castellanos. O los mixtecos y pastusos. Nada de eso importa en las redacciones de diarios, sometidos al imperio de la rutina, de la costumbre, y permítaseme, de la mediocridad. Todos publican, todos los días, lo que publican todos.

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