Uno siempre llega tarde a las comidas, con frecuencia en el momento del chupito, tras el café. Digo esto porque, a la altura de este lunes, del supuesto Zaplana se habrán dicho ya todas las pestes, sin que uno tenga nada nuevo que añadir, aunque tuviera el gusto de padecerlo y no el disgusto de conocerle. Digamos, sin embargo, que uno, cuando se enteró de lo que sabíamos (saber, a diferencia del conocer, va por libre, sin condiciones ni límites), dijo exactamente lo que todos los demás: tres cosas: «¡Uy, qué sorpresa!»; «¡no me digas!» y «no me lo podía ni imaginar». Exactamente lo mismo que Bouvard le dijo a Pecuchet. Fingida la novedad de tan antigua sospecha, haré, no obstante, algún comentario excéntrico por cumplir con la agenda que nos fija el destino y por hacerle eco a la UCO.

Los buenos conocedores del percal aseguran que Zaplana nunca dijo que estuviera (o estuviese) en política para forrarse. Admitamos que no lo dijo, pero lo cierto es que se forró. Habrá, pues, que invertir el clásico: no ya «una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace», sino «una cosa es lo que se hace y otra lo que no se dice». En fin: ¡qué importa lo que dijera o que lo dijese! (¡amo el subjuntivo y los bastos de la exclamación!). Si lo que no se dice fuera un mérito, uno sería la Fred Vargas.

Otra cosa que aseguran los exégetas es que Zaplana es un «encantador de serpientes», y ponen el acento en el mérito de su encanto, en lugar de insistir en la población de serpientes, porque hay muchas serpientes.(Lo cierto es que uno no sucumbió a sus encantos, tan cierto como que uno no se dejó seducir por Ava Gardner ni cayó en la franja de Gaza). Digo esto de las serpientes porque es milagroso que al PP le vote alguien y, sin embargo, lo hacen, o porque, justo en la semana en la que Enrique Ortiz piaba de nuevo en las noticias, los directamente implicados reconquistaban a «marujazos» y serpentinas de fiesta la alcaldía de Alacant.

En fin: admitamos que Zaplana no dijo lo que no dijo, pero lean, sin embargo, lo que sí dijo Camps, otra astilla del mismo palo: «Compromís es un partido catalanista que quiere que en Barcelona haya Fórmula 1 y no en València...No quieren que València esté al nivel de Barcelona, siempre han creído que València tiene que ser subsidiaria de Cataluña y esto de la Fórmula 1 a ellos les dolió profundamente». Oye uno estas cosas y, además de distinguir entre el hacer del uno y el decir del otro o entre la maldad y la estupidez (repasando a Cipolla), da gracias al azar porque todavía respiremos y no estemos muertos, sin dejar de agradecerle a Joan Lerma que se conformara con el sueldo y los bocatas de atún y que no le diera por traernos las 24 horas de Indianapolis.