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Voro Contreras

Decimos amén

La noticia apareció el domingo por la mañana en las redes sociales: la Guardia Civil había detenido al acabar un concierto a Evaristo Páramo (La Polla Records, Gatillazo) por las cosas que canta, así en general. Indignación en términos ditirámbicos. Una muestra más de la censura que sufre todo artista más deslenguado de lo habitual en lo que a calificar a la autoridad se refiere. Ambiente irrespirable. Volvemos al franquismo. Qué asco que da todo... Entre los indignados, varios políticos que, siempre a través de Twitter, denunciaron el acoso al represaliado Evaristo, que después de cuatro décadas cantando lo que le ha dado la gana, ahora sufre los rigores de la falta de libertad de expresión que acecha a nuestro país, España, etcétera. Los medios de comunicación que ahora se llaman tradicionales, al rebufo de la vanguardia comunicacional, se hicieron eco del suceso y unos con mayor vuelo ideológico que otros, le contaron a la gente que no sabe quién es Evaristo, que el viejo y carismático punk ha sido arrestado por sus mensajes subversivos.

Después resultó que la cosa no había sido tan así. Evaristo no había sido detenido, sino identificado (aunque en un momento de transición informativa se le llegó a calificar de retenido) para que la Guardia Civil le multara por una frase que dijo de cara al público entre canción y canción (se cagó en la Policía, nada nuevo bajo el sol, señorías, pues lleva en ese plan casi toda su vida). Ante el revuelo, el propio artista aseguró que este tipo de reacciones policiales son algo más o menos habitual sobre su persona, y que tampoco había que darle tanta importancia. El tono de la indignación en las redes sociales amainó, pero pocos rectificaron, porque eso de rectificar es cosa de medios de comunicación crepusculares y carpetovetónicos.

De entre las cosas que me mosquean en este mundo, una es la preocupación cada vez mayor por saber qué o qué no se puede decir, escribir o cantar; la duda de que si tal o cual expresión es ofensiva; la incertidumbre que provoca algo tan fácil como decir lo que se siente (Quevedo, por si les suena) y si decirlo puede suponer una sanción o una estancia en la cárcel o una huida a otro país. También me mosquea la gran cantidad de ruido inútil que generamos cuando decimos que nos indignamos, ruido que sirve para que se fijen en nosotros un ratito y poco más. Mientras, ellos, que se toman las cosas mucho más en serio, siguen diciendo mierda y nosotros, como ya advertía Evaristo, seguimos diciendo amén.

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