Opinión

Andreu Escrivà

Por un mundo rural vivo, no disecado

La taxidermia puede ser fascinante: los animales exhiben un pelo lustroso, gesto dinámico, ojos brillantes y el cuerpo henchido de algo que parece vida, pero no lo es. En un refinadísimo ejercicio del arte del engaño, se nos muestra como vivo algo que no lo está, pese a que no se pudra, ni se marchite. La gran lección de la taxidermia es que la vida es mucho más que la permanencia de lo que existe.

Este sábado había convocada una manifestación en València bajo el lema «Por un mundo rural vivo». Y, sin embargo, tanto el perfil de los convocantes como aquello que se ha podido escuchar al respecto nos hablan no de insuflar vida en el medio rural, sino de dejarles a los convocantes el taller de taxidermista para su ocio y recreo personal. Aficionados a los toros, la caza o paranyers son algunos de quienes se sumaron a la marcha en la capital. Es cierto que compartían cartel con organizaciones agrarias (algún día habrá que preguntarle a la Unió de Llauradors i Ramaders por su presencia y entusiasmo), pero quedó patente quién llevaba el peso de la convocatoria.

Para que el mundo rural esté vivo hace falta mucho más que reclamar libertad para quemar pólvora o neumáticos. Hacía falta, por ejemplo, denunciar su discriminación cuando las cajas de ahorros y los presupuestos de la Generalitat regaban con crédito barato proyectos insostenibles en la costa; cuando las infraestructuras se construían siempre de espaldas a las necesidades del interior; cuando el proyecto de país era una mezcla imposible de geriátrico y parque temático playero, que sólo miraba al mundo rural como un espacio de tránsito o un divertimento entre lo folklórico y lo bufonesco. ¿Dónde estaban algunos entonces?

Si está en proceso de decrepitud, y queremos que se recupere, hay que cambiar lo que le ha llevado a ese estado. Lo que tristemente se destila de la manifestación del sábado es «que nos dejen hacer lo que queramos; aquí que no se metan». Y levantan la voz ahora, justo en el momento en el que sí se está mirando hacia el medio rural con empatía, con perspectivas de futuro, cuestionándose lo que no ha funcionado con la intención de cambiar las dinámicas que lo han llevado hasta un estado catatónico. Se manifiestan ahora contra una forma distinta de abordar las políticas públicas del campo y el interior, porque también, pese a que lo nieguen, era una manifestación política.

Pese a las inercias que se arrastran desde hace décadas, existen las suficientes semillas en el interior valenciano y en la administración actual para vislumbrar la posibilidad real de un mundo rural vivo. Los pasos dados son aún insuficientes, y hay que seguir enfocando líneas de actuación; también reclamar más recursos, una financiación justa y que desde las ciudades entendamos que sin lo que queda fuera del asfalto y el cemento no somos nada. Y os aseguro que si algunos dejan de lado la taxidermia y se dedican a alimentar y cuidar las semillas, tendrán el apoyo de toda la sociedad valenciana, y especialmente de quienes hemos cuestionado la manifestación. Es más bello el más insignificante de los insectos o la más tímida de las hojas de cerezo o encina que una habitación llena de trofeos de caza, inmóviles en la oscuridad. «Y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo», escribió Gabriel Celaya. Luchemos por un mundo rural que esté vivo, no que simplemente lo parezca. Que, esta vez sí, anuncie futuro para el territorio y sus gentes.

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