¿Quién no ha soñado con ponerse en la piel de otro para transportarnos a una ciudad distinta, a un tiempo diferente, a otros quehaceres... a otra vida? Nos lo cantó Sabina en La del pirata cojo.

El problema llega cuando dejamos de ser conscientes de que estamos fantaseando y convertimos esa ilusión en una vivencia real, entrando de esta forma en el campo de lo patológico. En la mitomanía, en la pseudología fantástica, en la mentira patológica se distorsiona constantemente la realidad a veces sin ser consciente y, en estos casos, suele ser necesaria la atención terapéutica.

Ante la avalancha de noticias estos días en torno a la distorsión de currículums por parte de algunos políticos casi cabría pensar que estamos ante una epidemia de obligado tratamiento. Los casos de Cristina Cifuentes, expresidenta madrileña; Tomás Burgos, secretario de Estado de la Seguridad Social; José Manuel Franco, líder del PSOE madrileño, o del ya exsecretario de Organización de Podemos en Galicia demuestran que la titulitis es una dolencia extendida. Sin embargo, más que a una enfermedad a combatir en el terreno de la medicina nos enfrentamos a la extensión de un mal, el del engaño y la mentira, que hay que tratar en el plano moral.

Mención especial merece el caso del vicesecretario de Comunicación del PP, Pablo Casado, capaz de obtener un posgrado convalidando 18 de 22 asignaturas, capaz de hacer otro posgrado en Harvard merced a un curso de cuatro días en Aravaca (!) y capaz de aprobar media carrera de Derecho en cuatro meses. Ni Supermán.

Si hago hincapié en la figura de Casado es porque él fue uno de los paladines del PP de Génova en la cruzada contra Rita Barberá. ¿Recuerdan? La eterna alcaldesa, entonces ya senadora, debía dejar la política por ética. Casado hizo famosa su máxima de que «hay vida tras la política». Ahora vemos que ese jarabe que con tanta generosidad recetaba a los demás no es capaz de probarlo él mismo.

En el ámbito valenciano las aguas curriculares bajan tranquilas. Algún intento ha habido de destapar la no-licenciatura de Periodismo del presidente Puig, la inexistente titulación en Pedagogía de Toni Cantó, los másteres borrados a toda prisa de biografías oficiales... Yo, como Sabina, si puedo elegir escojo ser un capitán pirata al uso, con barco y bandera con tibias y calavera. Y es que al pirata no le hace falta maquillar su currículum para navegar, en cambio parece que una parte de nuestros políticos tiene que presumir de lo que no es.