Ha empezado el final de la democracia; la postrimería que, tarde o temprano, le había de llegar; el cambio cualitativo gordo que le arrancará sus últimos alamares distinguidos y la convertirá en un estricto muestrario de nuestra ciudadanía decadente. Ya no prevalecerán, entre las afinidades electivas de los ciudadanos, la capacidad, la preparación y el saber estar, sino la equivalencia perfecta entre los electores y los elegidos. Los parlamentos, más que la representación de unos ideales, vendrán a ser un retrato fidedigno de la vulgaridad ambiente; serán la masa rebelada gobernándose a sí misma, el populacho extrayéndose la esencia en forma de secretarios generales, ministros y diputados. La política dejará de ser —si alguna vez y en algún sitio lo fue— gestión de la comunidad para lanzarse de lleno y sin disimulo a la riña de cuervos, a esa trifulca entre carroñeros que ha comenzado a lo grande con el baile de mociones, asedios dialécticos y puñaladas traperas que acabamos de ver esta semana en el congreso.

El empujón y la deslealtad, la traición y el oportunismo, la zancadilla y la mentira, el engaño y el bastonazo serán los nuevos adornos de los representantes públicos. La oratoria será sustituida por el rifirrafe arrabalero; los controles al Gobierno quedarán reducidos a escaramuzas matoniles; desaparecerán de la cámara baja, como se han esfumado en la calle, la veracidad, el respeto, la moderación y el turno de palabra, y los debates acabarán —como en Ucrania, en Venezuela o en el Congo— a poltronazo limpio y bofetada voladora. Se va la democracia de compostura y dignidad y comienza el embuste y el delirio, el ansia de poder y de riqueza, la ocupación y la rapiña del sistema. Los nuevos dirigentes, apoyados en la joroba de una multitud ignorante, cohecharán a cielo abierto, prevaricarán a destajo y arramblarán con el cortinaje y la pasamanería que tantos años y esfuerzos ha costado reunir. Vuelven los encumbramientos, los ajustes de cuentas, las purgas, las cazas de brujas, las arbitrariedades administrativas y el desprecio a la chusma. Regresa la venganza de los resentidos, aunque se ignora bajo qué rótulo. Quizá se la llame otra vez, por pura desidia, «dictadura del proletariado»; quizá se haga el esfuerzo de inventarle un marbete nuevo; pero en el fondo será lo mismo.