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Líderes

Desconozco en qué momento, con qué evidencias, se siente un político acreditado para considerar que su voz es la voz del pueblo. Sin embargo, la corriente populista que recorre el mundo introduce una realidad todavía más desconcertante; la de que cualquiera puede gobernar un país con el pretexto de representar a sus ciudadanos. Sin ir más lejos, el profesor Giuseppe Conte, brevísimo candidato a primer ministro de Italia, se arrogaba el pasado fin de semana el papel de «abogado defensor» de todos los italianos poco antes de renunciar a esa toga y dejar a sus procesados pendientes de quién sabe qué juicio. Italia va camino de los cien días sin ejecutivo; en España tenemos ministros para todo pero no hay presupuesto, que suena aún peor.

Que la vida en la calle siga su curso a pesar de la desgobernanza debe encerrar algún mensaje subliminal. Que cada vez dé más pereza ir a echar el voto en la urna, también. A pesar de los esfuerzos de los partidos por vender sus logros, la gente cada vez se muestra más escéptica respecto de la eficacia de los gobiernos y de los mecanismos para decidir a quiénes sitúa al frente de ellos. «Nunca se habló tanto de liderazgo como hoy y nunca ha habido tanta carencia de verdaderos líderes», dice el pedagogo y profesor de la Universidad de Navarra Gerardo Castillo, quien opina que es necesario educar a los jóvenes para que dirijan la sociedad.

¿Qué clase de líder es el que no tenemos? Según el CIS, las conversaciones sobre política están presentes en los encuentros sociales o familiares de más de la mitad de los españoles. Una tercera parte participa en recogidas de firmas por alguna causa relacionada con esta cuestión y un 15 % dona o recauda fondos para actividades políticas. O sea, aparentemente, más de la mitad de la gente de este país tiene formado cierto criterio para opinar sobre lo que se cuece en las instituciones y en el seno de los partidos. Y con ese discernimiento pellizcándoles el corazón suspenden a todos los líderes actuales sin excepción. Cabe preguntarse qué parte del mensaje no ha sido captado por quien corresponde.

En un debate parlamentario celebrado en 2007, Mariano Rajoy, entonces en la oposición, le espetó a José Luis Rodríguez Zapatero que para llegar a presidente hace falta «algo más que ser mayor de edad y tener la nacionalidad española». La verdad es que no, o puede que desde entonces el cargo se haya devaluado, porque de otra forma cuesta entender el empeño en lograr o mantener determinadas presidencias. Puede que empiece a calar entre quienes no disputan el juego político la impresión de que ser gobernante no es la pera.

Tucídides, cronista de la guerra del Peloponeso, escribió que la autoridad de un demócrata sobre el resto de los ciudadanos se basa en su carácter insobornable. El auténtico líder es perspicaz y goza del respeto del pueblo, lo que le permite contradecirle sin atemorizar a nadie porque su arma es la persuasión y el poder no es un fin en si mismo. Los coetáneos de Pericles en la antigua Atenas consideraron que su influencia se debía a que todo el mundo sabía que era incorruptible.

El prestigio es una vía para engendrar líderes. La otra es la ambición de dominio, el autoritarismo. La principal diferencia entre ambos es que los primeros a veces no consiguen disputarle el poder a los segundos, debido a las circunstancias sociales y económicas. Un estudio de la escuela de negocios de Londres arroja «evidencias sólidas» de que una situación colectiva de vulnerabilidad, una recesión en la que se dispara el desempleo o una amenaza terrorista prolongada, por poner algunos casos, producen «sentimientos individuales de falta de control que llevan a preferir a los perfiles dominantes, cuya popularidad se refuerza pese a la presencia de otros candidatos respetados y admirados». El problema, según subraya esta misma investigación, es que estos líderes, una vez en el poder, tienden a seguir alimentando la incertidumbre para perpetuarse en el puesto de mando. Todos conocemos algunos ejemplos.

Necesitamos líderes naturales, que quieran forjar mentes libres, como las que alguna vez ha reclamado Emilio Lledó. Pero, ¿por qué son tan poco frecuentes entre los políticos? El veterano filósofo se preguntaba esta semana «cómo es posible que la indecencia domine en el gobierno de un pueblo». Debemos aprender a exigir que la política sea capaz de reemplazar a quienes han quedado amortizados como dirigentes en lugar de conformarnos con la menos mala de las opciones. El voto útil, instalado en el léxico de los últimos comicios, indica que las personas perciben que los partidos se han despojado de su base ideológica y que están más dispuestos a reclamar su posición de liderazgo que a llamar las cosas por su nombre, es decir, a vencer más que a convencer.

P. S.: Hay personas que te incitan a crecer. De algún modo lideran una parte de tu vida y con esa influencia permanecen en tí cuando la suya ha terminado.

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