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Julio Monreal

Dios está para otras cosas

El nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, empezó a gobernar unos minutos antes de prometer su cargo ante el rey Felipe VI. Dependía de él que hubiera o no una biblia y un crucifijo junto a la Constitución en la mesa de su toma de posesión, y acabó con la presencia extemporánea de esos objetos de culto en uno de los actos más solemnes e importantes de un estado que la Carta Magna define como aconfesional. No es mal comienzo.

Sánchez ha decidido no encomendarse a Dios para conducir las riendas del Gobierno de España, aunque necesitará milagros cada mañana para sortear las dificultades que surgen de tener unas filas enjutas, solo 84 de 350 diputados, y de los intereses políticos y electorales de todos los que le han apoyado para llegar a la Moncloa. Que una cosa era desalojar a Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gürtel y otra muy diferente es defender con uñas y dientes el castillo de su sucesor.

En lugar de en la Divina Providencia, el flamante jefe de un Ejecutivo que aún está por ver la luz, ha anunciado que se inspirará en el gobierno valenciano, en el Pacte del Botànic, una novedad digna de celebrar después de que lo valenciano sólo haya inspirado lástima a escala nacional en los últimos dos lustros por la sucesión de escándalos de corrupción y por la detención y encarcelamiento de primeras figuras, que han cubierto de lodo la imagen de la Comunitat.

Cabe esperar que Sánchez se inspire en lo bueno y no en las nubes negras que cubren parte del cielo botánico. Si ha de copiar algo, que sean las medidas de protección contra la pobreza energética, la supresión de los copagos a jubilados y personas con discapacidad o las decididas políticas de eliminación de gastos superfluos y de transparencia en la gestión. La hostilidad hacia el sector privado (con una consellera que se niega a reunirse con empresarios) o las trabas a proyectos que pueden crear empleo y riqueza, como Puerto Mediterráneo en Paterna o la conversion de la ruinosa sede de Hacienda en València en un hotel, son prácticas poco deseables para la imitación por parte de quien está obligado a gobernar para todos y no solo para quienes le bailan el agua.

En lo político, Sánchez puede encontrar en el presidente Ximo Puig, su rival de otro tiempo, un modelo a seguir. El jefe del Ejecutivo valenciano ha sabido ocupar en tres años de gobierno un espacio de centro gracias a unas políticas con marchamo de izquierdas; un entendimiento con partidos, patronal, empresarios y sindicatos en asuntos fundamentales como la financiación autonómica y el corredor mediterráneo; un aprovechamiento máximo de los escasos recursos económicos, a menudo dependientes del favor de Madrid; y el tono justo de reivindicación frente al gobierno de Mariano Rajoy, reclamando lo que toca por derecho a los valencianos sin las sobreactuaciones de los populares cuando el Consell de Francisco Camps exigía el cielo al socialista Rodríguez Zapatero.

El presidente saliente deja el cargo cubierto del chapapote de Gürtel y ha jalonado su mandato de decisiones más que cuestionables, como la ley mordaza o el dirigismo en la justicia y los medios de comunicación públicos, cuestiones que el nuevo mandatario socialista pretende revertir. Pero algunas de sus recetas económicas han dado ciertos resultados, y Rajoy se va a la oposición sacando pecho por el empleo creado y por la estabilidad lograda en los mercados. El empleo continúa siendo la principal preocupación de los ciudadanos en España, según reiteran todos los sondeos, y sus cifras serán un termómetro por el que se medirá al Botànic, al Pacte de la Nau en Valéncia o al Acord del Grau en Castelló. También por los indicadores de la Bolsa, esos que irrumpieron en el Telediario el miércoles con tintes de catástrofe en cuanto el PNV empezó a considerar su apoyo a la moción de censura.

Sánchez, el Botànic, la Nau, el Grau y todos los pactos políticos que acabaron en 2015 con la hegemonía del PP en la Comunitat Valenciana van en el mismo barco. Aunque sus protagonistas recelen entre sí; aunque no se hablen, aunque se odien mientras se sonríen. El nuevo presidente tiene la obligación de reparar injusticias históricas en infraestructuras, financiación y reputación. Y las instituciones valencianas debe mantener su reivindicación con la misma intensidad con la que protestaban ante Rajoy, Montoro o Cospedal. Si se pedía a los de antes la condonación del crédito de 400 millones de euros para la construcción de la Marina de València y la reforma de su puerto, habrá que reiterar esa necesidad ante los nuevos, aunque sean los suyos, carne de su carne. Si las obras del corredor mediterráneo avanzan con lentitud, ahora serán Sánchez y sus ministros los responsables. Y si el Palau de les Arts o el transporte público del área metropolitana de València continúan con una financiación estatal ínfima frente a la que disponen sus homólogos de Madrid o Barcelona, habrá que exigir con la misma fiereza. La credibilidad se juega en ese terreno.

Lealtad, sí, pero lealtad reivindicativa. Compromís, Podemos y el resto de los grupos que han votado en contra de Rajoy y a favor de Sánchez también juegan en el tablero y no dudarán en marcar sus diferencias y en pasar sus facturas mientras respaldan el nuevo orden político. Ninguno de estos quiere elecciones generales ahora, y todos habrán de entenderse para que la etapa de Pedro Sánchez salga lo mejor posible hasta que las urnas vuelvan a abrirse para el Congreso y el Senado.

El Partido Popular se marcha a la oposición tras siete años en Moncloa con la duda de lo que hará Rajoy. Su negativa a dimitir como presidente para torpedear el nombramiento de Sánchez deja entrever que quiere mantenerse al frente y volver a ser candidato, aunque en sus filas se suspira por una renovación. El PP necesita depurarse tras el huracán Gürtel y las tormentas Púnica, Lezo, Taula, Brugal, Erial y tantas otras. Y eso solo puede suceder fuera del gobierno, con las manos libres de ataduras y compromisos. Le va en ello la vida. Los Ciudadanos de Albert Rivera, los únicos que quieren elecciones inmediatas para hacer efectivo el cheque que anuncian las encuestas, amenazan con comerse a los populares como estos se merendaron a la UCD en cuanto Adolfo Suárez se marchó. El poder corrompe, pero también une mucho. Y en cuanto el barco empieza a hacer aguas los tripulantes menos comprometidos empiezan a saltar. Es lo que va a ocurrir con el PP. En las próximas semanas habrá bajas, retornos a puestos de funcionarios o empresas, desmarques estratégicos... Así es la política. Por fortuna y por desgracia. Mientras permanezcan en ella quienes tengan voluntad de servir a la sociedad y mejorarla, bienvenidos los huracanes y las tormentas.

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