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A la Moncloa en un Peugeot

Pedro Sánchez presidirá un Gobierno débil. España se adentra en un periodo de incertidumbre política. Con un grupo parlamentario de 84 diputados, los socialistas deberán tejer alianzas intrincadas con Podemos, soberanistas de derechas e izquierdas y regionalistas. La mesa del Congreso tendrá mayoría de la oposición. En el Senado, el grupo popular dispone de 127 escaños sobre un total de 208. Sánchez no contará ni siquiera con los cien días de cortesía que se otorgan a los nuevos cargos. Su estancia en el poder quizás dure menos que el paso del Mallorca por la Segunda B.

Sin embargo, no conviene enterrar demasiado pronto a un resucitado que ha conquistado el palacio de la Moncloa subido en un Peugeot 407, el vehículo que le sirvió para recuperar el liderazgo del PSOE después de que sus correligionarios le echaran con malos modos.

Con una moción de censura por la que hace una semana nadie daba un euro, el inesperado presidente Sánchez ha culminado tres objetivos:

El primero es trivial. Ha aunado voluntades suficientes para el vuelco político. Calibrar semejante éxito supone recordar que en este envite fracasaron Felipe González en 1980, Antonio Hernández Mancha en 1987 y Pablo Iglesias el año pasado.

La de González contra Adolfo Suárez supuso el pórtico a la apabullante victoria del PSOE de 1982. Hernández Mancha, sustituto de Manuel Fraga en la presidencia del PP, no solo perdió la votación frente a González, sino que fue mandado al desván de los políticos olvidados. Iglesias también jugó a la censura, pero del debate solo se recuerdan las excelencias oratorias de Irene Montero desgranando las vergüenzas de los populares.

La segunda meta alcanzada por el socialista ha sido echar a Mariano Rajoy. Ha doblegado al resistente que venció a Rodrigo Rato en la carrera por la sucesión de José María Aznar, ha fundido al político impasible que aguantó las embestidas de Esperanza Aguirre y su corte en el partido y en los medios de Madrid tras los fracasos electorales de 2004 y 2008, ha liquidado al monclovita que superó la publicación de sus mensajes de apoyo al corrupto Luis Bárcenas.

El tercer éxito de Sánchez es alcanzar la presidencia desde la nada. Primero intentaron liquidarle sus correligionarios y le echaron de la secretaría general. Lejos de achantarse se subió a su coche, recorrió España y contra todo pronóstico recuperó la dirección socialista pese al rechazo del aparato del PSOE.

Sánchez tiene en su contra que es un orador encorsetado y como gestor es una incógnita. Sin embargo, ha demostrado capacidad para levantarse desde la lona después de cada caída.

La estrategia tancredista de Mariano Rajoy, loada por su afición con el eufemismo de que nadie "maneja los tiempos" como él, acumula dos años haciendo agua y situando al PP y a España al borde del precipicio. Su inacción ha situado a Cataluña a un paso de la escisión. Las reacciones ante los casos de corrupción ("me habla de cosas de hace mucho tiempo", "esta persona", "Luis sé fuerte") han transmitido condescendencia hacia quienes se embolsaban el dinero de todos.

El registrador de la propiedad gallego es mejor parlamentario que el economista madrileño, maneja mejor la ironía y también ha sido un superviviente. Presume, además, de haber sacado a los españoles de la crisis económica. Pero ya casi nadie le escucha. Llega un momento en que incluso a Manolete le pilla el toro.

Otro partido que deberá virar el rumbo es Ciudadanos. Albert Rivera iba embalado hacia un presunto triunfo electoral. Un terremoto político ha agrietado el camino directo. Ahora necesitará reubicarse para ser oposición del Gobierno, pero también de la otra oposición, la del PP.

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