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El presidente que se creyó inamovible

Rajoy dibujó con precisión en el debate del jueves su acabado perfil político. Si en el futuro los historiadores quieren conocer al presidente que gobernó España durante la gran crisis y sus secuelas sólo tendrán que visionar la sesión parlamentaria en la que una mayoría del Congreso empezó a empujarlo para que ayer se fuera. Ahí están la inmutabilidad de quien todavía se siente inamovible; la rigidez del que confunde gobierno con gestión; la suficiencia de quien, pese a dedicarse toda la vida a ella, considera la política un engorro, que ningunea al Congreso cuando reduce la moción de censura a una "tomadura de pelo". Está también el Rajoy fatalista, que se autoexculpa de los males que lo consumen con su colectivización ("corrupción la hay en todos lo partidos"), el que reduce su tarea a las cifras de la economía y desdeña todas aquellas cualidades que, como la moral pública, resultan difíciles de medir, pero de las que depende la calidad democrática de un país.

En el comienzo de su final como presidente, Rajoy dejó de nuevo constancia de sus buenas dotes parlamentarias, de la habilidad para el juego envolvente en el que no encontró víctima propiciatoria, pero resultaba imposible contrarrestar con esos recursos y con su discurso ajeno a lo que está ocurriendo la ventana de oportunidad que se abría para pasarle factura por su modo de hacer política en estos dos años de prórroga de su mandato mayor. Rajoy no se percató de que en este período consiguió que el Congreso se acumularan más razones para expulsarlo del Gobierno que para consolidarlo al frente del Ejecutivo. Está el peso del pasado que relata la sentencia del "caso Gürtel". Por más que desmenuce y afine esa verdad judicial nunca conseguirá desligar su "Luis, sé fuerte. Hacemos lo que podemos" de la condena al extesorero Bárcenas a más de treinta años de cárcel. Pero se retuerce también el pasado más reciente, el esta legislatura frustrada, en la que el PP se reveló incapaz de trenzar complicidades con el resto de los grupos parlamentarios, algo que exigía su Gobierno en minoría, y nunca fue más allá de la búsqueda de apoyos instrumentales, en mucho casos seguidos de una deslealtad insultante, como bien saben en Ciudadanos, aunque ayer no era un día para reconocerlo.

En su rigidez e impasibilidad Rajoy nunca entendió que necesitaba dar un paso atrás para coger impulso, aunque ello supusiera el acto contranatura de demoler parte de la propia obra levantada en la etapa de gobernante inamovible, el tiempo en el que quedó perdido. El maestro en ajustar ritmos y modelar momentos quedó atrapado en su burbuja temporal y por eso ayer fue sorprendido en la Cámara con algún gesto de cansino estupor ante lo que le está pasando.

Horas antes de que se supiera que el PNV iba a dar la puntilla al marianismo, el todavía presidente ya estaba en la oposición, que en el aspecto formal se diferencia del Gobierno por su persistente tendencia inquisitiva. En su caso fueron preguntas obligadas para dejar en evidencia la insuficiente explicitud programática de Sánchez, limitación bien visible porque coaligar a una oposición tan heterogénea sólo puede hacerse sin entrar en demasiados detalles.

La confirmación de que Rajoy estaba en fase de mudar de papel en el orden político fue cuando pidió la aspirante que dimitiera, en contestación a la sexta invitación del socialista para que renunciara a la Presidencia por propia iniciativa. Resultó un momento confuso, pero no tanto como el de la intervención que remató con el compromiso de seguir siendo español.

Para Sánchez, su presencia de nuevo en el hemiciclo era también desasosegante, y así traslució en sus titubeos expositivos. Aunque ya conociera el escenario, el redivivo comenzaba a traspasar el umbral de lo inesperado, a entrar en un período cargado de novedades: el primer presidente desalojado con una moción de censura, el primer jefe del Ejecutivo que no es parlamentario, el primer aspirante que se aúpa hasta el cargo a lomos de los logros presupuestarios de su antecesor. Un exceso de innovaciones en lo político para una ciudadanía habituada a la dieta de previsibilidad marianista.

A mediados de diciembre de 2015, en un momento culminante de la campaña electoral, en el cara a cara entre ambos, Sánchez blandió la corrupción para reprochar a Rajoy su falta de "decencia" para ser presidente. "Hasta aquí hemos llegado", replicó el líder popular antes de colgar a su oponente calificativos gruesos como "ruin, mezquino y deleznable". Hay una conexión entre ese momento y lo que hoy ocurrirá en el Congreso, por más que quede enmascarado por el vertiginoso acontecer político de estos años pasados. Pues lo dicho entonces: hasta aquí hemos llegado.

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