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Matías Vallés

Sánchez libera al PP

La frase «he aprendido de mis errores» no la ha pronunciado estos días Mariano Rajoy, sino Pedro Sánchez. La confesión en el Congreso corresponde extrañamente al ganador, no al derrotado. De hecho, y a juzgar por las primeras reacciones emanadas del PP tras el viraje más brusco de la democracia, los populares han perdido el Gobierno por culpa de sus innumerables aciertos. La célebre envidia española, que tan a menudo se ensaña con los corruptos.

Al someterse por segunda vez a una improvisada investidura, Sánchez libera al PP, y escribir que lo lidera no sería una errata completa. La insostenible continuidad de Rajoy no solo lastraba a un país que había decidido tomarse en serio la corrupción, frente a un presidente del Gobierno que insistía en los hilillos de centenares de «casos aislados». Aunque se insistía en que el mandatario ayer derrocado anteponía su partido a cualquier consideración, estaba precipitando su formación al vacío en los sondeos. La prensa adicta no le castiga hoy por su insensibilidad hacia los corruptos que prohijó, sino por negarse al harakiri de una dimisión que hubiera alimentado la ficción de que los conservadores mantenían el poder.

Cuando un superviviente naufraga, pierde su condición mágica. Cuando un maestro en el manejo de los tiempos se estrella en menos de una semana, su cronómetro queda más que cuestionado. Sería más correcto concluir que Rajoy se hunde porque no se ha enterado de lo que sucedía a su alrededor. Sin embargo, la simplicidad de la evidencia descentraría a quienes llevan años tejiendo una falsa leyenda de Bienvenido Mr. Chance, en torno al campeón nacional de esconder problemas debajo de la alfombra. Los hagiógrafos necesitaban embellecer a un personaje anodino para resaltar su condición de cronistas.

La conmoción de censura orquestada por Sánchez no solo desemboca en la remoción de Rajoy. Se erige además en la última oportunidad de supervivencia del bipartidismo, aunque los populares hayan optado de momento por la nostalgia irredenta. El accidentado tránsito del poder, desde un PP en horas muy bajas a un PSOE desvencijado, invita a pensar que la exclusividad de las sucesiones entre los partidos antaño hegemónicos ha tocado a su fin. A nadie espantan ya la encuestas que relegan a populares y socialistas a la tercera y cuarta posición.

El concepto del último traspaso de poderes entre PP y PSOE no solo alude a que el cambio tuvo lugar ayer mismo. A falta de saber cuántos votos pierden los populares cada vez que habla Rafael Hernando, ha vuelto a demostrarse que el portavoz no se distrae con sutilezas sobre el fin del bipartidismo, si a cambio puede aporrear a cualquier realidad ajena a la ahora derrotada. Insistió en el envenenado «ya sabemos cómo va esto de lavotaciones» de Rajoy, al desacreditar los apoyos que han encaramado a Sánchez a La Moncloa. Al igual que sucede en el accionariado de las empresas, los conservadores deberían predicar la concesión de votos de calidad con un valor añadido, para distinguirse de los diputados plebeyos.

El hondo clasismo de Hernando le insta a recriminar a Sánchez que no sea diputado. Desde el exterior del hemiciclo, alcanzar la condición de presidente del Gobierno sin disponer de un escaño como trampolín, invita a un grado suplementario de admiración por la gesta acometida. Así debería ser al menos para un partido meritocrático como el PP, que selecciona a sus cargos atendiendo exclusivamente a los títulos y honores no falsificados que acreditan a los candidatos.

Además, muy débil debía ser la consideración hacia Rajoy o la valoración de su gestión, cuando un descamisado que aterriza extramuros de la cámara sacrosanta se ha quedado con el premio. Y sorprende asimismo que la vasta cultura de Hernando no le haya impulsado a contemplar los ejemplos de Donald Trump y Emmanuel Macron. Los presidentes de dos de los países más poderosos del planeta llegaron al cargo a su primera votación. Y por supuesto sin currículum previo, porque la experiencia es un factor negativo para acceder al poder.

Sánchez es presidente del Gobierno, una realidad difícil de metabolizar. Accede al cargo entre piropos al PP y a Rajoy, otra oda al bipartidismo languideciente. La liberación de los populares a cargo del líder socialista se escenificó en la misma tarde del jueves, con Sáenz de Santamaría ocupando la presidencia por bolso interpuesto y Cospedal reclamando el liderazgo único del partido descabezado. Una notable escabechina, para tratarse de un advenedizo. Ahora bien, quien se atreve a analizar lo ocurrido, miente.

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