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Martí

JFK Sánchez, el sucesor designado

Hay que ver el último capítulo de la segunda temporada de "Sucesor designado" para entender la figura de Pedro Sánchez, un presidente muy enganchado a las series. El "thriller" político de Netflix donde el secretario de la Vivienda estadounidense, puesto reservado para un oscuro funcionario, llega a la Casa Blanca después de un brutal atentado que asesina al presidente, vicepresidente y todos los demás cargos en la linea de sucesión por delante suyo.

El presidente Tom Kirkman, en una soberbia interpretación de Kiefer Sutherland, convoca un discurso a la nación donde se supone que va a presentar la dimisión ante la situación de bloqueo institucional pactada entre democrátas y republicanos. Pero desoyendo a su equipo, aprovecha para anunciar su candidatura a la reelección como independiente. La escena es de una carga política descomunal.

La vida pública de Sánchez es conocida, aunque los analistas políticos, siempre con las luces cortas para contentar a sus fuentes, han descuidado la faceta más personal del actual inquilino de la Moncloa. La composición de su gobierno, que ha sorprendido a propios y extraños, es el espejo de su praxis para transformar el PSOE y España. Su tenacidad para la resurrección como líder socialista solo tenía sentido para alcanzar la presidencia del Gobierno, un objetivo para el que ha nacido, según considera.

Ese Consejo de Ministros variopinto con una mezcla de fieles del partido, profesionales solventes y figuras mediáticas es lo que prentendía en su fallada investidura en marzo de 2016, donde pensó que tendría el apoyo de Podemos, PNV, Esquerra, PdCAT, Compromís y Coalición Canaria, y encima con la complicidad de Ciudadanos. Un gobierno Frankenstein, en definición de Pérez Rubalcaba.

El astuto Rubalcaba fue el único en adivinar las intenciones de Sánchez. Sabía que si llegaba al gobierno, daría la vuelta al PSOE sin su tutelaje. Por eso armó un cuestionario fácil para que los barones entendieran que el régimen feudal socialista debía persistir, ese modelo de mesa camilla donde cinco elegían al líder. La historia es sabida, Rubalcaba y sus secuaces se han quedado en el siglo pasado. Nunca entienderon que la fuerza de Sánchez residía en los militantes hartos del "dedazo".

Solo hay que pasear diez minutos con Sánchez para saber de su atracción popular. Es el campeón de los selfies. Siempre con esa sonrisa cinematográfica y palabras de ánimo a la gente, sea votante suya o no. Gana mucho en la distancia corta. Le gusta escuchar y tiene un dominio intuitivo sobre su interlocutor. Ese encanto ha sido clave para seducir al juez conservador Fernando Grande-Marlaska y al astronauta Pedro Duque. También para escoger un representante de la farándula para ministro de Cultura. Junto con Màxim Huerta, había otra periodista valenciana conocida en Madrid para el cargo, porque sabe de la influencia de los tertulianos de los matinales televisivos, sobre todo para decantar el voto de las indecisas.

Partidario de la discriminación positiva del hombre y de fuerte convicción laicista, la promesa sin crucifijo y la mayoría de mujeres en su gobierno estaban cantadas. Él también es minoria en casa, donde mandan Begoña y sus hijas Ainhoa y Carlota. Las dos han seguido la estela de su padre y juegan al baloncesto, muy bien por cierto. Al presidente Sánchez le apasiona la canasta, es futbolero, ve cine y series, y va a conciertos, tanto de clásica como de pop-rock. Su hermano pequeño, es un director de orquesta conocido por su nombre asrtístico David Azagra, que vive entre San Peterburgo, en Rusia es muy popular, y Madrid.

El discurso a la nación del presidente por accidente Kirkman apela al servicio público y a la honradez del buen gobernante. Dos elementos, que junto con la telegenia llevaron a John Fitzgerald Kennedy a la Casa Blanca. A Sánchez le gusta que le comparen con JFK, porque dice que a él ya le han intentado matar los suyos. Por cierto, los más próximos muy enfadados por huir de un gobierno de sanchistas de pata negra. La segunda temporada de Pedro Sánchez acaba con final féliz. Atentos a la pantalla, las series de éxito alcanzan las siete entregas.

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