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Parada y fonda

cientras que, con sus designaciones, Sánchez ha querido taponar el contagio independentosco y el grano susanista dentro de las vías de agua con las que se ha encaramado antes de plantearse hacer frente siquiera a la fetidez que sueltan las cloacas del Estado, en el partido descabalgado lo de taponar tampoco es que quite el sueño. ¿Y el olor? ¿Qué olor por Dios?

Antes de tomar la palabra Rajoy, los miembros del comité ejecutivo accedieron a la reunión sin quitar ojo al que llevaban atrás y a cualquiera de los que venían cerca. Los afectados saben que hay muy poco que repartir. El barullo es de los que hacen época; el baile, exprés. La vice y los ministros empadronados aguardan a ser recolocados por el hemiciclo, bar aparte. El frío arrecia fuera y nos devolverá a los que, al contrario que el resto de mortales, un día pudieron marcharse temblorosos de placer. Jorge Moragas lo hará desde Nueva York donde no le ha dado tiempo ni a cruzar el puente de Brooklyn y ese toro enamorado regresará de París, tras cerca de tres añitos en los que Wert ha disfrutado de su luna de miel y, el resto, de no verle entrar al trapo. Se ha pagado una buena factura, pero nos hemos ahorrado cantidad de retortijones.

Y luego están los pocos que permanecen en el machito. Uno de ellos, el presidente de la Región de Murcia quien, en la misma jornada en que el pesoe presentó la moción de censura, no le dolieron prendas en pedir perdón por el gurtelazo, dijo fastidiarle lo que hicieran «unos sinvergüenzas hace veinte años» que «nada tienen que ver con él ni con su gestión» porque por aquel entonces, recordó López Miras, «estaba escolarizado en los franciscanos aprendiendo a tocar la flauta dulce». Tras glorificar reiteradamente lo hecho, Rajoy entonó el adiós no sin antes propinar un zurriagazo a Aznar al subrayar que él estará a las órdenes del nuevo presidente. Nada más acabar aquéllo, Feijóo se vistió de lagarterana y otros fueron a hurgar en lo que toca con atuendo de camuflaje. Hasta los franciscanos están en guardia.

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