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Alemania, ante el avance de los populismos

La derecha populista medra últimamente en Europa, y Alemania debe preguntarse si el comportamiento egoísta y un tanto miope que le atribuyen sus cada vez más numerosos críticos tiene algo que ver con ello.

¿Ve la mayor economía de Europa siempre la paja en el ojo ajeno mientras parece escapársele la viga en el propio? Al menos es lo que piensan muchos fuera y comienzan a reconocer algunos también dentro del país.

El Gobierno de Berlín exige a otros cumplir unos principios que luego se salta cada vez que le conviene, como ocurrió ya en 2003 con el llamado pacto de estabilidad.

Lo violó también, es cierto, el otro país central de Europa, Francia, y en el caso de Alemania la violación se justificó por elevados costes de la reunificación aunque ya habían pasado unos cuantos años desde la caída del muro de Berlín.

Como en la Granja de los Animales de Orwell, también en la Unión Europea, algunos socios son más iguales que otros a la hora de saltarse las reglas que ellos mismos se han fijado.

Ningún país puede estar en principio más interesado que Alemania en una Europa fuerte y cohesionada, y sin embargo, muchas veces parece hacer todo lo contrario de que sería para ello aconsejable.

Ocurrió, por ejemplo, con la decisión adoptada unilateralmente por la canciller alemana, Angela Merkel, sobre los refugiados que llamaban a las puertas de Europa y que tanto disgustó a unos socios a los que no se había molestado en consultar.

Eso, que tantas pasiones ha generado y sigue generando en toda la UE e incluso en la propia Alemania, sucedió en 2015, poco después de que, a instancias de Berlín, la Unión Europea impusiera a Grecia un durísimo programa de privatizaciones y recortes como precio a pagar por el rescate.

Un filósofo y germanista italiano llamado Angelo Bolaffi, profundo conocedor del país ya que dirigió durante algunos en Berlín años el Instituto Italiano de Cultura- criticó en un reciente artículo de prensa la manía alemana de juzgar con el mayor rigor los errores ajenos, pero nunca los fallos propios.

Por ejemplo, cuando reprocha a otros - los países del Sur- su grave endeudamiento, pero nada hace por equilibrar su balanza comercial con ellos a pesar de que así se lo requiere Bruselas y se lleva por ello año tras año una regañina de la propia Comisión.

¿O qué decir del hecho de que, obedeciendo a las presiones de la poderosa industria automovilística, Berlín impusiera hace unos años en Bruselas una rebaja de los límites de emisiones de gases contaminantes de los coches que habían negociado pacientemente y acordado 27 gobiernos y la gran mayoría de los eurodiputados?

Ahora, el presidente Emmanuel Macron ha hecho una serie de propuestas para avanzar en la integración europea y tratar de frenar el populismo, propuestas que exigen ante todo mayor solidaridad de Alemania con sus socios mediterráneos, pero la respuesta de Berlín se queda más que a medias.

Y mientras tanto, el populismo xenófobo sigue avanzando por todas partes: lo hemos visto de nuevo últimamente en la pequeña Eslovenia, y también, lo que es mucho más preocupante en Italia, país cofundador y clave de la UE, que acusa a Berlín y a Bruselas de haberla dejado sola con sus inmigrantes.

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