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Hablemos del Gobierno

A expensas de saber si el nuevo y flamante ministro Màxim Huerta es seguidor de nuestro Valencia CF -la información es de Superdeporte- o su ya superada aversión al deporte le impide siquiera reconocer un fuera de juego, no queda sino valorar en positivo el gabinete que ha conformado el socialista Pedro Sánchez para afrontar el curso político más inestable de los últimos tiempos. Ciertamente, Sánchez ha dejado a todos con la boca abierta, empezando por los suyos. No ha cometido el error del revanchismo sectario que propició en su regreso a la secretaría general del partido, sino que ha repartido mieles y hieles para todos los gustos, sensibilidades y territorios, empezando por el valenciano e incluyendo también el andaluz.

Sánchez reúne más la condición de actor que la de ideólogo, y en consecuencia se desenvuelve bien en los escenarios de las redes sociales y la postpolítica. Tiene planta, buen inglés y una esposa con imagen perfecta, conformando con ello un ticket muy americano, del Hollywood más liberal, comprometido y #metoo. En esa línea, su equipo está trufado de significados y símbolos. Se trata del primer Ejecutivo de raigambre femenina y feminista en un país de gran peso machista como España, y al mismo tiempo muestra las caras normalizadoras de dos homosexuales declarados como el juez conservador Fernando Grande-Marlaska y el citado Màxim. Todavía recuerdo el agrio reproche de Salvador Clotas, secretario de Cultura en la ejecutiva federal, a Felipe González por no hacerle ministro dada su condición gay; eran los 80.

Tal como era previsible, el presidente del Gobierno ha emitido claras señales proeuropeístas, tranquilizando la prima de riesgo y devolviendo alegría a la bolsa aunque en este momento, contrario a una tradición socialista, ha optado por atomizar los departamentos económicos -en la estela de Mariano Rajoy- y no crear un gran superministerio a la sombra de su presidencia. Hacienda por un lado, Economía por otro, Industria más allá, Trabajo, Agricultura y la asunción de la política energética por la nueva cartera de Transición Ecológica, conforman una constelación ministerial por la que se va a mover la economía del país bajo la coordinación, suponemos, del propio Sánchez, quien para eso es economista y en su trabajo fin de carrera defendía el libre mercado.

Todo ello ha propiciado un aumento de ministerios -hemos pasado de 13 a 17 carteras- aunque seguimos lejos de Francia que cuenta con 22, bien es verdad que allí no hay tanto segundo escalón para colocar políticos y son los altos funcionarios de carrera los que manejan las riendas de la gestión diaria. Eso conlleva, por ejemplo, que Turismo no alcance nunca el rango ministerial y su Secretaría de Estado se subsuma con Industria, Consumo y otras disciplinas con las que poco tiene que ver. El turismo, sin embargo, es en estos momentos el principal motor del país, representa el 11 % del PIB y ya genera más del 13 % de todo el empleo, y no para de mejorar y de aumentar el gasto medio por turista mientras el sector se afana en comprometerse con la calidad y liderar la renovación digital, la nueva gastronomía y el rediseño de espacios. Todo ello le hace merecedor, no me cabe duda, a un escalafón ministerial.

En cambio hay departamentos como Sanidad, Agricultura y la propia Cultura que podrían reorientarse como secretarías de Estado habida cuenta de que el grueso de las competencias en dichas materias están transferidas. Pocos rescates de lo privado a lo público podrá llevar a cabo, por ejemplo, la ministra Carmen Montón, a la que su nuevo jefe ya le ha advertido de lo importante de moderarse en el gasto y ajustarse a lo fijado por el presupuesto. Y menos margen, todavía, le quedará a Màxim Huerta pese a sus dotes narrativas, salvo terciar en los grandes contenedores culturales de la capital: el Prado, el Real, el Reina€ o emprender el camino sugerido por el escritor Fernando Delgado en estas mismas páginas, el de impulsar una verdadera política para una cultura federal, y eso se podría llevar a cabo antes con un gran consejo territorial que no con un ministerio.

Resulta curioso, también, el destino elegido por José Luis Ábalos, quien recorre el mismo camino desde la secretaría de Organización del partido al Ministerio de Fomento -situado en las arcadas de los Nuevos Ministerios de Secundino Zuazo-, que su colega de partido José Blanco. ¿Casualidad o lógica aplastante? Me inclino a pensar esto último: Fomento, con los fondos de inversiones más cuantiosos y negociables del Gobierno, es la herramienta perfecta para hacer política -de pactos y de rendiciones-, la pasión de Ábalos y seguramente de Pepiño. A los valencianos ya nos encaja porque las grandes infraestructuras se han llevado a cabo en este país al albur de las afinidades políticas y territoriales, así que ahora, a través de Ábalos, le toca a la ComunitatValenciana: el Corredor Mediterráneo, la conexión Gandia-Dénia, la modernización del eje de Sagunto al Cantábrico€ la España no radial, en suma.

Huelga decir, por último, que la gran jugada de Pedro Sánchez -auspiciada por un profesional de la comunicación estratégica: el donostiarra Iván Redondo- ha sido de campeonato al proponer un envite de arrastre con triunfo invencible: el nombramiento de Josep Borrell para Exteriores, el terreno donde campaban a sus anchas Carles Puigdemont y los suyos. El verbo políglota, brillante y emotivo de Borrell es el instrumento que más daño ha hecho al independentismo, entre otras razones porque el verbo es la principal arma de la política. Vean, si no, la escena final de El instante más oscuro, cuando Churchill, con un discurso vibrante en los Comunes, frustra los intentos de su propio partido para iniciar negociaciones con Hitler. Con la cámara enardecida por las palabras de Churchill - «blood, sweat and tears€»-, un diputado le pregunta qué ha pasado a lord Halifax: «¿Que qué ha pasado€? Que Churchill ha movilizado a la lengua inglesa y la ha llevado a la batalla».

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