Participo en uno de los centenares de debates radiofónicos sobre el increíble ascenso de Pedro Sánchez. A mitad de intervención se me ocurre una comparación de dudosa creatividad, pero que puede explicar la peripecia del presidente del Gobierno. Y así es como lanzo a las ondas la estampa de don Quijote, el ingenioso hidalgo socialista. Las vibraciones herzianas me devuelven la reacción pétrea de mis jóvenes interlocutores. En lo que a ellos respecta, podría haber comparado a Sánchez con el Buscón don Pablos. O con el Lazarillo de Tormes. Me sentí como El hombre que mató a don Quijote, por mentar la desdichada película de Terry Gilliam que perpetra el homicidio avanzado desde su título.

Vale que Cervantes se encomendó al "desocupado lector", y que todos andamos hoy atareados del Facebook a las teleseries. Sin embargo, Don Quijote significó algo, por nebuloso que fuera, hasta hace poco. Igual que la Real Academia acuña cualquier término insolente con tal de parecer guay, debería extirpar con igual celeridad los vocablos avejentados. Y he aprendido en mis propias carnes que "quijotesco" es uno de los proscritos por prescritos.

Abandoné la tertulia desolado, y seguramente la soledad pesarosa me encaminó literalmente hacia Han Solo, el pícaro incrustado en La guerra de las galaxias que acabó consagrando a un carpintero llamado Harrison Ford. El personaje, rociado ahora por el elixir de la eterna juventud en una precuela, hubiera sido también una excelente piedra de toque para entender a Sánchez. Habría pulverizado el alma granítica de mis mileniales.

Han Solo funciona mejor que Don Quijote, para sintetizar a los caballeros andantes que tomaron al universo entero como sede de sus aventuras. Verbigracia, Sánchez. No reclaman raciocinio ni sabiduría, sus motivaciones no resistirían una prueba al ácido, son demasiado endebles para sostener una ambición, todas sus estrategias dimanan del bricolaje. Y sin embargo, fían su empresa a la suerte que acaba por sonreírles, después de cocearlos. Son los campeones del final feliz, tras haber sido molidos a palos. Por citar al fundador de la saga, suscriben el lema cervantino "yo sé quien soy". Y nadie más.

No olvido que Han Solo cabalga hacia el medio siglo, y que Harrison Ford ha rematado los 77. Para los contemporáneos, ambos son más viejos que el Quijote o su Rocinante. Sin embargo, la magia del cine está en la permanencia de las estampas simplificadas, frente a la literatura que siempre complica la vida.