El pasado día 16 de enero la Academia inició un ciclo de conferencias «Los Vínculos del Arte Valenciano a lo largo de la Historia» en el Salón del Trono del precioso conjunto arquitectónico. Desde que se proyectó el evento con seis meses de antelación, todo fueron facilidades y el día señalado, tanto los accesos, como la propia sala, se hallaban cuidadosamente dispuestos hasta en sus más mínimos detalles; de tal suerte, que Arturo Zaragozá, pudo extenderse con comodidad sobre «Intercambios, invenciones y transferencias en la arquitectura gótica valenciana» ante un público atento que abarrotaba el espacio. Una vez terminado el acto, ya de noche, se inició un cuidadoso recorrido por las arquitecturas previamente comentadas, cuyos destacados valores fueron seguidos por todos los concurrentes. Como pueden suponer, la elección de aquel lugar respondía a su estrecha relación con la materia mostrada; pero, también, por el buen estado de conservación en el que se encuentra.

Es bien conocido, que en el extraordinario conjunto, se hallan piezas capitales de la historia de la arquitectura: la Sala Capitular (S. XIV); el Claustro (S. XIV-XV); la Capilla Real (S. XV); y la Capilla de San Vicente (S. XVIII). Si de entre todas estas maravillas, existe una realmente excepcional, es la Capilla Real que construyera Francesc Baldomar en el periodo comprendido entre 1439-1463, en la que puso de relieve las más altas cotas del arte de la estereotomia imaginables, y en la que la piedra de las bóvedas aristadas fluye como un oleaje, sin arcos de sostén, mantenida inverosímilmente pieza a pieza, por la precisa disposición de los empujes. Oratorio en el que Baldomar conformó, además, una prodigiosa escalera de doble hélice, compuesta con un rigor técnico y una monumentalidad como no había ninguna otra en la Europa del cuatrocientos.

Realizar un acto cultural en aquel ámbito fue un hecho emocionante, en especial, si se conocía una parte de su historia y el lugar de la Academia.

Tras la desamortización de 1836, el conjunto monumental se puso en venta y el Ejército se instaló en él en 1842. Solo dos años después, la Academia, conjuntamente con representantes del Ayuntamiento y de algunas congregaciones, creó una Comisión Protectora de las capillas Real y de San Vicente, ante el evidente deterioro en el que se hallaban. Se recaudó dinero procedente de feligreses de numerosas parroquias, y las obras de restauración fueron realizadas entre febrero y mayo de 1844, dirigidas por el arquitecto Jorge Gisbert, con un importe de 9.466 reales de vellón y 7 maravedíes. Fueron pues, trabajos de albañilería, repristinación de retablos, dorado de estucos, carpintería, cerrajería, pintura y escultura. Durante los años sucesivos, la Comisión no decayó, y continuó recabando ayudas y promoviendo iniciativas para que los espacios se mantuvieran abiertos al culto y no declinara su interés. En el Archivo de la Academia se conservan documentos relativos a las reuniones, importe de los pagos y relación de donativos. Existe evidencia de su pervivencia en años muy posteriores 1865,1876 y 1878. A pesar de la importancia concedida a estas dos capillas bien cuidadas, en la documentación existente se constata que en 1877 otras dependencias importantes, como la sala capitular y el refectorio estaban totalmente descuidadas, sirviendo como depósito de armas y de materiales de guerra. Una circunstancia que estimuló la creación de una delegación de la Academia que, junto a otros componentes ciudadanos, emitieron un duro informe ante la Comisión de Monumentos, denunciando la indecorosa situación, entretanto las capillas protegidas se mantenían en perfecto estado.

La iniciativa protectora de San Carlos como adalid de aquella referida Comisión, se prolongó durante las décadas siguientes, existiendo en 1896. La última documentación hallada es de 21 de abril de 1900, sin hallarse noticias posteriores referentes a que se hubiese extinguido oficialmente. De hecho, hasta el final de los años sesenta, una representación de la Academia asistía a los actos litúrgicos en honor de San Vicente Ferrer y, por encima de las ideologías, en 1963, la Institución depositó en el claustro de Santo Domingo un busto en homenaje al general Gustavo Urrutia, reconociendo su labor en la restauración del monumento después de la Guerra Civil.

En la actualidad, existen historiadores que se han ocupado con interés por ese magnífico conjunto pero, sin duda, entre los más destacados se halla Arturo Zaragozá, el académico que nos ilustró este año y que, con sus publicaciones y participaciones en congresos internacionales, ha situado a la arquitectura de Santo Domingo entre los conjuntos más importantes del gótico europeo bajo-medieval.

A mi juicio, si el debate de hoy en día se plantea amparado en parámetros estrictamente culturales, relevar de allí al Ejército, carece de interés, porque el conjunto se halla bien cuidado y lo pagan los presupuestos generales del Estado; entretanto, en democracia, los militares hallan su misión escrupulosamente subordinada a los representantes públicos.