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Ginecocracia

La abrumadora presencia femenina en el Gobierno es una atinada decisión que denota un compromiso indiscutible con la igualdad real entre mujeres y hombres.

Pedro Sánchez será recordado por conformar un Ejecutivo integrado mayoritariamente por ministras. La abrumadora presencia femenina es una atinada decisión que denota un compromiso indiscutible con la igualdad real entre mujeres y hombres. Es preciso reconocer sin ambages el acierto del presidente en la elección de once ministras, profesionales de ámbitos diversos, pero con una trayectoria acreditada y solvencia incuestionable.

Aunque resulta imprescindible contar con el talento femenino en el mundo laboral, valorarlo y situarlo en el lugar que por justicia le corresponde, es especialmente importante en el caso de los cargos públicos dada la relevancia y la visibilidad del desempeño gubernamental, clave para proporcionar valiosos referentes a la sociedad, principalmente a las generaciones jóvenes.

Amén de la lealtad política, condición sine qua non de los ministrables, comprensible criterio de selección para conformar un gobierno, muy especialmente este, por el tortuoso camino recorrido, la tónica general es la capacidad y el mérito, al menos en cuanto a las ministras se refiere. Son mujeres notables que merecen ser nombradas: Carmen Calvo, Dolores Delgado, Margarita Robles, María Jesús Montero, Isabel Celaá, Magdalena Valerio, Reyes Maroto, Meritxell Batet, Teresa Ribera, Nadia Calviño y Carmen Montón.

Merced a las mencionadas designaciones, el presidente del Gobierno ha hecho posible lo impensable hace apenas unos años. Es cierto que el número de mujeres al frente de los ministerios ha ido incrementándose progresivamente. Lejanos quedan los tiempos de Federica Montseny, la primera ministra en la historia de España, en 1936, y de Soledad Becerril, en 1981. Después, vendrían muchas más, pero todavía queda un largo recorrido hasta la conquista definitiva del espacio público, largamente vedado.

Durante la Revolución Francesa, la actividad política de las mujeres fue considerada antinatural y reprimida cruelmente al suponerse una suerte de traición a la naturaleza femenina. La escritora francesa Olympia de Gouges, defensora de la igualdad y proponente de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, murió decapitada. Dicen que al pie del cadalso inquirió: «¿Por qué las mujeres no podemos subir a la tribuna pública y sí a la guillotina?».

En la actualidad, podría parecer que se han sentado las bases para el gobierno de las mujeres -la ginecocracia- pero, por ahora, es solo una utopía. Véase la Presidencia del Gobierno de la nación, del Tribunal Supremo o de incontables instituciones y organismos nunca dirigidos por mujeres, o el exiguo número de rectoras de universidad, por poner algunos ejemplos.

Precisamente, en el ámbito académico y científico, el nombramiento de Pedro Duque ha adquirido una especial relevancia. En el haber de Sánchez está la acertada denominación ministerial de Ciencia, Innovación y Universidades, que visibiliza la educación superior y la relaciona con la ciencia y la innovación. Es una buena señal. Además, la experiencia del ministro podría ser determinante para propiciar un impulso meteórico al sistema público universitario y catapultarlo hacia los primeros puestos del ranking internacional. ¡Ojala sea así!

En general, el elenco del Consejo de Ministras y Ministros personifica la experiencia, la moderación, el equilibrio y transmite vocación de permanencia, un acertado planteamiento para encarar con éxito la próxima cita electoral. En todo caso, es preciso destacar el avance notable del nuevo gabinete gracias, entre otras cosas, a la consolidación del compromiso socialista con la igualdad de género. Satisface pensar que se está dando cumplimiento a aquella antigua exigencia de Clara Campoamor: «Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada en política a esa mitad de género humano para que sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y vosotros no podéis venir aquí a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras».

Convendría tenerlo siempre presente.

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