En los albores de nuestra civilización, los patriarcas de los monoteísmos llegaron a la cúspide de la creación: Dios-omnipotente-varón, a su imagen y semejanza, por contra a las mujeres nos dejaron estos referentes: Lilith-demoniaca, Eva-embaucadora, María-intercesora y Magdalena-puta. Un orden simbólico de subordinación.

Cimentada esta construcción social del mundo, el dominio sobre las mujeres fue plenamente implantado y aceptado bajo el fundamento de la normalidad. El propio género se convirtió en metáfora de las relaciones de poder. Lo femenino dejó de ser simbólicamente poderoso en los ritos, creencias, mitos, valores y discursos, paso a ser algo secundario o dependiente. El orden que invisibilizó y hasta expulsó a las mujeres del mundo de la cultura, de los conocimientos, de la ciencia, del lenguaje, de los conceptos, de la espiritualidad, de la creación, de los sueños€

Han pasado miles de años y, aunque vamos avanzando en la lucha por los derechos de las mujeres, vemos con inquietud las resistencias y ceguera de gran parte de la sociedad negando la discriminación femenina y los privilegios masculinos, además de creer que ejercen «la libre elección».

Lo común es no ver lo que se normaliza ni tan siquiera lo más inhumano, lo más brutal: en España se denuncian 4 violaciones diarias a mujeres, 56 mujeres y 8 menores fueron asesinados el pasado año, y esto es la punta del iceberg. La sociedad mira perpleja lo que sucede a su alrededor tratando de componer el rompecabezas, asesinatos que no conmueven ni hacen reaccionar, se han preguntado por qué, será que pensamos que «la maté porque era mía» es solo cosa de él. ¡No! Es de todos y todas, es una cuestión política, una cuestión de Estado.

Hay que desenmascarar este constructo social perverso que nos hace invidentes, una cultura patriarcal y machista donde hunde sus raíces la violencia de género. El machismo es el caldo de cultivo donde campan a sus anchas misóginos, sicópatas, hombres violentos que ejercen violencia con premeditación y alevosía conocedores de la actitud benevolente de la sociedad hacia su persona y la incredulidad hacia la víctima. ¿Saben? Eso mismo les pasa a las mujeres maltratadas, no se explican lo que les sucede y la violencia va creciendo, porque la violencia, una vez instalada en un sistema, crece exponencialmente. Nadie está a salvo de padecer esta lacra.

Lo increíble es que no se estén poniendo los medios para detener esta pandemia. Hace falta para ello una exigencia social firme que ponga en marcha a la voluntad política contando con las expertas y los estudios de género realizados por investigadoras, filósofas, antropólogas, científicas, historiadoras, biólogas€ hace falta conceptualizar, educar en valores con perspectiva de género y leer. Sí, leer y escuchar a las teóricas feministas, porque lo que ha costado tanto desentrañar a mujeres que han dedicado su vida al estudio de esta cultura no podemos desdeñarlo con opiniones irreflexivas y pueriles. Les aseguro que esa lectura, además de apasionante, les hará mas libres.