Más de uno se preguntará qué tiene que ver el ateísmo con los refugiados. Muy simple, dado que no creemos en la existencia de dioses, tenemos claro que ninguna ayuda que se necesite va a venir de esos seres imaginarios, quedando como única posibilidad que la ayuda venga de otros seres humanos, sin importar si son o no creyentes en alguien o algo.

En ese sentido, abundan comentarios diciendo que como no hay recursos públicos para acoger a tanta gente, quienes damos la bienvenida a los refugiados deberíamos ir pensando en acogerlos en nuestras casas. Así será si la situación así lo requiere.

Ahora bien, si llevamos a rajatabla esa filosofía insolidaria de que cada palo aguante su vela y que cada quien se las apañe como pueda, los católicos deberían ir pensando en acoger en sus casa a obispos y miles de curas, para ahorrarnos 11.000 millones de dinero público. Los votantes del PP deberían ir pensando en acoger en sus casas a cientos de corruptos a los que han votado, para que así dejen de robarnos y no tener que mantenerlos en la cárcel. A quienes les gusta el futbol deberían poner de su bolsillo los 850.000 euros que cada pegapatadas se va a llevar de dinero público si ganan el Mundial, y así tendríamos recursos para atender a quien de verdad lo necesite.

De ese órgano tan increíble que dicen que es el cerebro, muchas veces tengo dudas de que sea tan perfecto y maravilloso como nos cuentan, a tenor que a muchísima gente, sin ningún síntoma de alzhéimer, le falla la memoria. Europa ha sido durante siglos una potencia colonial que ha marcado la vida de millones de personas en todo el mundo (el imperio británico, el imperio español, la colonización de África por belgas, franceses, alemanes, italianos, portugueses, la Indochina francesa,...) de donde hemos expoliado riquezas y recursos que han permitido el desarrollo y el nivel de vida que ahora disfrutamos. Y, sin embargo, muchos parecen pensar y actuar como si ese bienestar nos hubiera llovido del cielo. Europa tiene una colosal deuda con más de medio mundo que todavía está pendiente de ser pagada.

No hay país latinoamericano que no haya recibido miles y miles de emigrantes europeos pobres, que salían de sus países de origen con lo puesto, sobre todo españoles, italianos y portugueses. Decenas, cientos de barcos cargados de inmigrantes pobres, llegaron a Argentina el siglo pasado. A Uruguay, un pequeño país, hubo año en que llegaban 40.000 inmigrantes europeos, que contribuyeron decisivamente a la economía, a la cultura, al idioma. Sin ir más lejos, y ciñéndonos a España, en 1939 más de un millón de exiliados llegaron a un México extremadamente pobre que, sin dudar, los acogió con las manos abiertas, sin preguntar.

Por si todo esto no fuera suficiente, podríamos ir a los datos. Cada persona, en España, debe 25.000 euros de deuda pública acumulada los últimos años por diversos gobiernos. A esto habría que añadir 4.500 euros más por la corrupción de los últimos lustros. Mientras, la polémica viene por 629 refugiados que no nos costarán ni tan siquiera 1 euro por persona. Pareciera que no hay forma de entender que una Europa rica, con enormes recursos, cuna de los derechos humanos, se muestre reticente a integrar a unas personas que vienen huyendo de guerras, hambrunas, de dictaduras, de la miseria.

Pero se entiende fácilmente cuando se constata que muchísimos europeos no están dispuestos a compartir ni un gramo del bienestar ni de los recursos que en su día les robamos. Peor, mucho peor que la miseria material, es la insolidaridad, la falta de empatía, la ausencia de escrúpulos, la miseria moral, en definitiva.