Cuando la cámara se proyecta sobre la sala en la que un tribunal de justicia ha citado a los encausados, sorprende que siempre son varias las filas de asientos que acogen a 15 ó 20 personas y que son amplias las mesas ocupadas por los abogados defensores; así sucede en Madrid, Sevilla, Barcelona, València... Esta es la otra cara que hoy alimentan los borrachos de dinero y poder que en su momento pretendieron hacernos creer que nuestro solar albergaba el mejor de los mundos posibles; a muchos, en verdad, les convencieron. Inducir esa creencia fue encomendado a las televisiones que esos mismos borrachos gobernaban con los propósitos más abyectos para que los medios de información lograran reducir o cerrar todas las posibilidades de información que los mismos medios presentaban; medios que no advirtieron que esos personajes plenos de éxito solo estaban haciendo nuestra vida más difícil, que no favorecieron la higiene democrática. La figura del hombre decente no pudo verse más devaluada por aquellos años ni la de quienes hoy se sientan ante los tribunales pudo haber sido más enaltecida.

Y esta imagen de las salas de Justicia va a perdurar durante años, porque las salas de justicia de València, Madrid, Barcelona o Sevilla van a seguir recogiendo declaraciones, revisando denuncias porque la estafa puede manchar a miles de personas. Las sentencias nos serán transmitidas y los personajes juzgados serán encarcelados, socialmente repudiados. Pero todos los ciudadanos de a pie deberemos superar los sobresaltos y la tristeza que el conocimiento de esos hechos nos está provocando. En tal contexto nos volveremos a preguntar lo que ahora nos preguntamos: ¿y ahora qué?, cuando descubrimos que un partido se enriquece ilegalmente. No podremos desesperar de la democracia, sino que deberemos defenderla. Uno de los grandes engaños ha sido la desmovilización social, el pensar que la democracia era cosa del quehacer de los políticos, el lograr una sociedad inmovilizada. Reclamar y exigir decencia en la actividad del político ha de estar asociado a otra advertencia: para una sociedad, nada es tan grave como la malversación de lo público, sea el suelo, el dinero, la sanidad o la enseñanza; si una sociedad ha de cuidar algo es lo público. Habrá caído el muro de Berlín, pero no la necesidad de la solidaridad que se asocia a la existencia y defensa de lo público.

¿Qué hacer? ¿Por qué medida debemos apostar? Salir abiertamente en defensa de lo público nos conduce a votar. Prefiero equivocarme yo que vivir con tristeza en el país que me dejen quienes no han sabido gobernarlo. Mi temor es claro: mañana mismo podemos volver a ver las siglas de uno u otro partido ante la comparecencia de otro testigo. Ahora bien, debemos sacar todos una lección: no cabe incurrir en la dejadez, sino por el contrario reivindicar la figura de los consejos y tribunales que aportan claridad y respuestas a los ciudadanos. Defendamos los tribunales que protegen al ciudadano que requiera respuestas. Ha de ser así, aunque sea preciso mermar las dimensiones o incluso la existencia de alguna conselleria que dice estar por la transparencia, pero no dota al tribunal que ha de dar respuesta a la demanda del ciudadano y, por tanto bloquea su actividad. Este es nuestro caso en Valencia según hemos sabido hace días. Ocupemos nuestro puesto y reflexionemos sobre nuestro voto.