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Twitter se adueña de la política y de la realidad

En su aterrizaje sobre la realidad tras el teatro mediático que tanto marca ahora la política, el nuevo Gobierno pedrista tropezó a los pocos días con la sentencia fiscal de Màxim Huerta y la imputación -en trance de desimputación- de Luis Planas, el valenciano trasplantado a Andalucía al que se conoce de sus tiempos universitarios como Morris. No se esperan más turbulencias pero ya son, y han dejado al descubierto las improvisaciones y anomalías procedimentales a la hora de resolver los castings de los grandes cargos en nuestro país. Carencias que no solo acucian al nuevo ejecutivo de Pedro Sánchez, inopinado primer ministro, sino que afectan a la clase política española en general. Recuérdese si no, el caso de las cuentas offshore del ministro José Manuel Soria o los líos patrimoniales de Miguel Arias Cañete, por no hablar del caso que en su día le costó al mismísimo Josep Borrell la secretaría general del PSOE o las turbias subvenciones venezolanas que liquidaron la carrera pública de Juan Carlos Monedero.

No sé cuánto de verdad hay en ello, pero en los seriales políticos norteamericanos son los propios interesados y aspirantes a cargo, ya sea para magistrado del Tribunal Supremo, fiscal general del Estado de Illinois o simple candidato a primarias de distrito electoral, los que encargan a investigadores privados y/o especialistas en comunicación un informe preventivo sobre las debilidades de su biografía y su repercusión tanto en los medios como entre sus enemigos de la oposición y hasta de su propio partido. Nadie pudo atisbar el caso Lewinsky que casi le cuesta el impeachment a Bill Clinton, pero sí conocían, en cambio, su juvenil fumata de marihuana en el Albaicín de Granada, affair que su equipo de campaña contrarrestó con el clásico argumentario que consiste en reconocer la falta antes incluso de que se airee.

Ahora incluso es mucho más fácil rastrear a los aspirantes a personajes públicos pues la moda del tuiteo les deja al desnudo. Los tuits ponen en evidencia la estulticia de sus practicantes cuando no las fobias homófobas y hasta filonazis, como es el caso del actual president-pantalla de la Generalitat, Quim Torra. En la actualidad suele ser frecuente que los nominados a cargo y a su vez tuiteros compulsivos, tengan que borrar con angustia todo su historial digital para no ser pillados en comentarios políticamente incorrectos. Al acecho anda la jauría de lobos sedientos de debilidad humana, tal como describió Màxim Huerta con aires noveleros a sus inquisidores políticos.

En cambio, su sucesor, un gestor cultural de larga trayectoria, José Guirao, no practica el garbeo social con móvil. Guirao ha sobrevivido a tirios y troyanos, de la socialdemocracia al liberalismo, de lo público a lo privado y de regreso a lo público, gracias a su talante amable y profesionalizado. Todavía hay quien recuerda los vernisages de bienvenida a ARCO que solía ofrecer en sus tiempos de director del Reina Sofía, abriendo el museo a todos y ofreciendo un sencillo pero elegante refrigerio a base de buen jamón y parmesano. Si Guirao consigue culminar con éxito su anunciado interés por consensuar una ley de mecenazgo que resuelva la adecuada política fiscal de los promotores privados de alta cultura, habrá culminado una de las más sólidas carreras como gestor cultural que se recuerdan en nuestro país, dado que su perfil responde exactamente a esa figura intermedia, tan ausente en España, del político cultural, a saber, alguien sin intereses directos en la política ni protagonismos creativos, un productor cultural en el amplio sentido, alguien que pone los instrumentos al alcance de los intérpretes y artistas sin mediatizarse por las ideologías, los éxitos de ventas o, incluso, sus gustos personales. No es fácil encontrar tales perfiles, pero así funciona en los países más civilizados, en donde los cargos culturales duran algo más de una legislatura para, precisamente, garantizar la independencia del criterio cultural sobre el político.

Una política que apenas ya existe en formato real dado el postureo que nos invade. La política convertida en show que alcanza incluso al lado más descarnado de los sucesos como ocurre con el barco de refugiados subsaharianos con destino a València. Mientras la política es incapaz de resolver los serios problemas estratégicos que afloran en el mundo, los políticos reaccionan a su propia insolvencia teatralizando la tragedia humana. Unos haciendo demagogia populista y construyendo muros y fronteras para tranquilizar a sus parroquianos. Otros mirando hacia otra parte como si así desaparecieran del mapa. Y finalmente los que ven en el socorro una oportunidad para adquirir prestigio humanista entre los más sensibles.

Esperemos no ver estos días a muchos políticos sacándole punta a la situación, ni a favor ni en contra. Todo ello en medio de la mayor crisis geopolítica que vive el Mediterráneo desde la Segunda Guerra Mundial, un espacio donde la insensatez de Nicolas Sarkozy propulsó el desmantelamiento de Libia como Estado, donde los intereses de Rusia y Estados Unidos confluyen para desestabilizar Oriente Medio, con tensiones sin resolver en el Este y los Balcanes fruto de las prisas alemanas por ampliar su área de influencia política y económica, donde el flujo sin control de trabajadores del Este hacia el Reino Unido ayudó a fomentar los recelos del brexit... En una Europa sin proyecto ni para sí ni para sus zonas de influencia, sin política de defensa seria, sin solución al endemismo de los refugiados? y sin políticos de talla. O aterrizamos en la realidad o Twitter nos dejará colgados en la fantasía de lo más banal.

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