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Los 'abuelos esclavos' conservan sus cadenas

En un reportaje emitido recientemente por una cadena privada de televisión se constata que el fenómeno de los denominados abuelos esclavos, lejos de reducirse, va a más, pese a que solo una de cada nueve personas mayores que cuida de sus nietos lo hace por decisión propia. Los demás se sienten obligados a hacerse cargo de ellos, de los que un veintidós por ciento lo hace durante más de siete horas al día.

De todos los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio, los que constituyen este grupo de la tercera edad padecen con mayor intensidad las consecuencias del nuevo modelo de sociedad en la que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de convertirse en auténticos padres sustitutos. Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante desde el momento es que no se recurre a ellos de forma ocasional y voluntaria, sino permanente y obligatoria. En otras palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, por lo tanto, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. A ello hay que añadir el lógico desgaste tanto físico como psicológico de los afectados que, obviamente, no juega a su favor.

No cabe duda de que este contacto entre generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional, pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudoempleo, con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad. No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios hijos, semejante exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Se trata de una patología que los psicólogos ya han bautizado como síndrome del abuelo esclavo.

Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora llevando a los menores al colegio o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños cuando se arrancan a correr. A última hora de la tarde recalan en su domicilio para hacer la tarea, donde acuden al rescate unos padres habitualmente cansados que limitan su contacto paternofilial a la hora del baño y la cena. Así, hasta el ansiado fin de semana cuando, como ulterior signo de inmolación afectiva, se vuelven a hacer cargo de los niños alguna noche de viernes o sábado para que los padres de las criaturas puedan desconectar de la rutina merced a algunas variantes del ocio, que van desde la cena romántica al estreno cinematográfico, pasando por la cura de sueño.

Meditar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque es evidente que la máxima responsabilidad de que esta triple relación funcione correctamente recae sobre la segunda, les guste o no. El cuidado de los niños de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho de gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Resulta, pues, sumamente injusto que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les corresponde ni por obligación ni por devoción.

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