Era sólo una cuestión de tiempo el que el presidente Donald Trump diese la orden de abandonar el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, como acaba de hacer.
Lo temían muchos diplomáticos europeos en vista del comportamiento siempre displicente o negativo de la delegación de EEUU en ese órgano intergubernamental.
Cada vez resultaba más difícil, según decían, llegar a posiciones comunes con Washington para asuntos relacionado con los derechos de la infancia, de las mujeres o cuantos allí se debaten.
A todo lo cual se sumó, esta semana, la noticia en torno a la cruel separación, en la frontera Sur de Estados Unidos, de unos dos mil menores de sus padres, con los que habían entrado irregularmente en el país.
Esa medida fue inmediatamente condenada en términos muy duros por el alto comisionado para los refugiados, el jordano Said Ra´ad al-Hussein.
El Consejo de Derechos humanos llevaba tiempo siendo blanco a su vez de las críticas de la embajadora de EEUU ante la ONU, Nikki Haley, que le acusaba, entre otras cosas, de atacar más a Israel que a Venezuela o Cuba.
A un Israel que lleva décadas violando sin el menor pudor todas las resoluciones de la ONU sobre los territorios palestinos ocupados sin que, dado el apoyo incondicional que recibe de Washington, nadie pueda hacer nada para forzar su cumplimiento.
Estados Unidos ha amenazado reiteradamente con recortar en varios cientos de millones su contribución a la ONU. Partidario sólo de la ley del más fuerte, Trump parece harto de multilateralismos.
Al republicano le gusta más cortejar a repugnantes dictadores como el norcoreano que tratar en pie de igualdad con sus socios de países democráticos.
¡Déjense de paños calientes y tomen de una vez nota nuestros gobiernos!
