Todo cambia muy rápido en el mundo de la política, nada permanece mucho tiempo, ni evoluciona según se espera. El líder de Podemos ha dilapidado en un tiempo récord la rica herencia del 15M en depuraciones internas y chalés de lujo. Incluso ha ascendido a número dos a su pareja, así todo queda en casa y a pagar juntos la hipoteca.

Mariano Rajoy, que a costa de no moverse parecía salir siempre en la foto, ha sido expulsado del poder por la vía más expeditiva que existe, una moción de censura exprés. Tan rápida e inesperada ha sido al cosa, que ha vuelto al Registro de la Propiedad de Santa Pola, ante tanto desagradecimiento por los servicios prestados. En el PP queda mal sabor de boca, un regusto de injusticia propio de una derecha que no considera que la corrupción, en un país como España, y más una corrupción ya añosa, pueda ser motivo para acelerar cambios y cambiar poltronas. Ya lo dijo María Dolores Cospedal al marcharse: «Lo siento por España». Ésa es la frase para un país que supuestamente no puede ir a ninguna parte sin la tutela de la derecha, pues haga lo que haga, siempre será lo mejor para España.

Poco tiempo antes, un PSOE de fontaneros expertos y validos nombrados por el dedo del aparato, descubre que sus bases existen y que pueden opinar distinto, y apostar por ese chico bien plantao que parece buena persona, aunque no haya tenido mucha suerte en política. Y Pedro Sánchez, que se fue hasta de su escaño, vuelve raudo a desbancar a los que se pensaban tranquilos en el poder para unos cuantos años más, con sus presupuestos ya aprobados.

En poco más de una semana, récord de velocidad en nombramiento de ministros; y en siete días, nuevo récord de dimisión exprés del ministro más breve de la historia de la democracia. Frente a la resistencia de años de corrupción, la velocidad como antídoto. Y una rápida decisión estrella: ante al rechazo italiano de los inmigrantes del Aquarius, una España acogedora y un presidente recién llegado que quiere salir en los medios en positivo. Resultado: casi 700 periodistas -más que inmigrantes- esperando en el puerto de València la simbólica arribada, mientras que más al sur, en las costas de siempre, llegaban pateras con el doble de africanos y ningún periodista para cubrirlo.

Política y velocidad para tiempos fugaces, que no permiten disponer de la tranquilidad necesaria para poder planificar y tomar decisiones aquilatadas. Mientras tanto, le concedemos los cien días de confianza al nuevo Gobierno, que tendrá que lidiar contra el todo y contra todos, en muy poco tiempo.