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Somos tiempo

El otro día, Fernando Savater pedía elecciones generales y tan pronto como fuera posible. Me sumo a la petición. La emergencia política que provocaron las trapisondas judiciales del PP y la rebelión del Congreso ya ha sido superada (o supurada). Felizmente, esto es en aplicación de la mecánica constitucional. A partir de ahí resulta difícil vender la idea de que un Gobierno apoyado por menos de cien votos propios y por más de cien prestados pueda ser un paradigma de estabilidad y robustez para encarar los problemas políticos. Por más que unos y otros hagan sus cálculos electorales, aguarden el momento propicio y vean como se produce cierta resurrección del PSOE y de José Luis Ábalos, no sé que tiene más mérito, el caso es se note que celebramos los dos siglos de Frankenstein, que siempre se reanima, sino no hay cuento ni película.

Hagan los cálculos que les apetezcan, garanticen una cierta neutralidad -es decir, amplitud de juego- en los medios públicos y privados, aseguren la vigilancia contra el dopaje financiero de las distintas opciones, honren la memoria de los muertos de las cunetas con la misma dedicación que hallan las víctimas de ETA y, si pueden, acuérdense un poco de la gente de las pateras. Si además tienen algo más que buenas palabras para los jubilados y las víctimas de los desahucios, soy capaz de besar los juanetes de don Pedro Sánchez. Pero no tarden demasiado en convocar a la gente para que diga qué diablos quiere y se negocie en el Parlamento y a la vista de todos y no en un asador de carretera o en una marisquería.

Podría decir que gusto de provocar a los amigos independentistas y filósofos (y no digamos a los filósofos independentistas) y no sería falso, pero es más verdad que cito a Savater porque sigue produciendo ideas generativas y oportunas frente a los que presumen de mantener intactas sus devociones a la lejana promesa de felicidad plena en un trasmundo cuyo acceso nadie cartografió. Pero la infidelidad es la bandera del tiempo y sólo somos tiempo.

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