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Fibra óptica

Decidí instalar ADSL en mi otra casa por razones que no vienen al caso y la compañía propietaria de la línea (tu sólo la arriendas) me impuso una permanencia de dos años. Curioso concepto el de permanencia: es como si para comprar una nevera en una tienda de electrodomésticos tuvieras que quedarte, también, con la lavadora, la secadora y el lavaplatos, todo es línea blanca, ¿no? Curioso concepto, también, de mercado libre que empieza tomando prisioneros pese a que la empresa no hace mayor inversión en el trato que apretar o desconectar una clavija.

Vivía yo tan tranquilo y chuleado con una línea que no uso cuando la compañía en cuestión me mandó un técnico para cambiar el ADSL por fibra óptica. Le dije al técnico que no hacía falta porque no uso el servicio. El técnico hizo unas consultas y me pidió, muy amablemente, que le esperase porque tenía que ir a por unos papeles que llevaba en el coche. Firmé los papeles mientras el técnico mantenía una especie de conferencia a varias bandas con el móvil en la oreja y el bolígrafo en la diestra en un glorioso ejemplo de multitarea.

Desde entonces que vivo en un ay porque todos los días, por la mañana o por la tarde, desde fijo o móvil, desde Barcelona o Madrid, me llama alguien para venderme la fibra óptica o para pedirme que le explique porqué no la quiero. Todos los días, a menudo varias veces al día, desde hace dos meses, incluso en el extranjero. Lógicamente, tras superar con buenos modales las primeras pruebas, he acabado por enviar a los acosadores a donde mandaba Fernando Fernán Gómez (un ejemplo) cuando abusaban de su paciencia. En diversos tonos: encendido, pedagógico-resabiado, burlón, apoplético-infartante y adaptativo-glacial, que es el que peor me sale porque soy de ganado con casta y eso no tiene remedio. Esto es un desahogo, pero quizás no carezca de cierta utilidad social teniendo en cuenta que para ciertas compañías el respeto a la privacidad, a la hora de la siesta y al libre albedrío, no parecen impedimentos para sus tejemanejes.

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