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Ya no hay mirlos, y menos blancos

Hay jolgorio con esto de la renovación de caras y demás en los partidos, hoy sobre todo en el Partido Popular, después de la ejemplar renuncia de Mariano Rajoy a la Presidencia del Gobierno y su vuelta a Santa Pola como registrador de la Propiedad. Hasta finales de julio no sabremos quién es la persona que va a llevar sobre sus hombros el peso de la consabida regeneración de ideas,nombres, caras, gestos y proclamas. De momento hay bastantes candidatos, entre ellos todos los pesos pesados, menos Alberto Núñez Feijóo, que ha hecho un quítame de ahí esas pajas a la gallega, y algunos otros extemporáneos.

Y la gente dice: hombre, si son los mismos de siempre. Pues naturalmente. ¿Quiénes, si no? Los partidos políticos en España son profundamente endogámicos, todos, y sus miembros no surgen por selección natural. Al contrario que en la teoría de la evolución de Darwin, base y sustento de la moderna biología, los mejores son orillados de mil formas posibles en virtud de principios, alharacas, bravuconadas y, en general, ejercicio sin disimulo del mando en plaza.

A mi no me parece mal, salvo lo dicho, que la herencia de los partidos no se deje sistemáticamente en el vertedero de la historia a la espera de algún momento mejor de reciclaje. Y creo que todos los que en ellos continúan militando tienen sus derechos a ser elegidos y a elegir. Otra cosa es los que ya no lo hacemos, aunque sigamos pendientes de la política y no demasiado lejos, obviamente, de la casa común.

Mirlos ya no hay, y mucho menos blancos. Los partidos ofrecen lo que tienen. Se ofrecen los que están y no llegan nunca los que no estuvieron, pasaron, fueron olvidados o se fueron con viento fresco porque hacía o demasiado calor o excesivo frío orgánico y sus vidas corrían, si no peligro, sí, al menos, escasa amabilidad exterior.

Nadie, pues, puede resultar lo suficientemente nuevo, ni novedoso, ni sorprendente, ni llevar al éxtasis a propios y extraños en las primarias de un congreso. Es imposible. Ahora bien, siempre puede pasar que algún gracioso se deje caer, haga perder el tiempo y no juegue en la misma liga en la que se supone que se dirime el derby.

José Manuel García Margallo, al que todo el mundo le dice que se vaya a casa, quiere debatir ideas. Yo le alabo el gusto y creo que, en el actual mundo del PP, es de las pocas personas que las tiene. Seguramente por eso no tendrá ya mucho tiempo para exponerlas y contrastarlas con quienes no gustan de ocuparse demasiado de eso.

Yo no voy a entrar aquí en expresar ninguna preferencia personal. Pero sí quisiera hacer una somera reflexión política: importa que el centroderecha deje de ser objeto de odio por parte de una izquierda que de eso ha hecho gran parte de sus éxitos electorales y mediáticos. Esto es así, negarlo de nada sirve. Jaurías en España hay varias, no solamente la que tira ministros graciosos, sino también la que empuja a formaciones enteras a ser consideradas, como es el caso del PP, ínferos del mismísimo Satanás, príncipe de este mundo.

Es obvio que ello empobrece y ensombrece nuestra democracia haciéndola más banal, ligera, líquida y escuálida. Lo mismo que diría del PSOE cuando ello ocurre por ciertos sectores, no en este caso del PP, sino de la derecha intencionada, mediática y trotaconventos de nuestra inveterada derecha extrema.

Es igualmente intolerable extender sombras de sospecha sobre Rajoy, ahora que ya no es presidente del Gobierno y que al renunciar a su acta de diputado ha dejado de ser aforado. Es una práctica miserabilista muy propia del más puro casticismo español inspirado en el aquelarre permanente y en la subversión guerracivilista. Y no quito ni una palabra.

El Partido Popular es un partido legítimo, y sus votantes, simpatizantes, cuadros y militantes merecen el mismo respeto que todo partido de nuestra democracia parlamentaria. Toda su corrupción ha sido juzgada, o está en trance de serlo, y una vez ello concluya faltaría más que la derecha española no pudiese seguir haciendo política en España. Y a eso, a que no la pueda hacer, se dedica una campaña que ya dura años de estigmatización de su propia existencia llevada a cabo, y esto es lo dramático en buena parte, desde las propias instituciones nacionales o valencianas en nuestro caso. Me parece una suerte de budú mental de difícil asimilación por parte de todos aquellos que nos consideramos, porque lo somos, demócratas.

En conclusión, no busquemos más novedades de cara al futuro que la que los partidos pueden ofrecernos. Creo que lo que hay que demandar a quienes están en situación de ejercer presidencias y posibles gobiernos de España es capacidad de diálogo, sensatez, pragmatismo, enorme sentido de la prudencia ,consistencia en la valoración y conocimiento del Estado y que lleguen, utilizando una expresión de campaña del ex presidente del gobierno, suficientemente aprendidos.

Que nos jugamos la democracia, y el prestigio institucional de nuestro país. Aunque ya no haya mirlos, y mucho menos blancos.

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