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Secretos

La máscara que se pone la realidad para juguetear con nosotros

Qué sea un secreto es justamente un secreto. Difícil de captar, más difícil de explicar, se mueve el secreto en la nebulosa de la incógnita, del misterio, de la máscara porque el secreto es eso: la máscara que se pone la realidad para juguetear con nosotros hurtándonos sus claves y envolviéndonos en sus emboscadas. El secreto puede ser ceñudo, tener malas pulgas, pero también juguetón siendo el secreto sacramental, el del confesor con su penitente, el de mayor enjundia y circunstancia. Y el más cómico, el que suscita menor respeto, el secreto de Polichinela.

Secretos a los que llevamos dando vueltas desde las eternidades del pasado son el de la Vida y la Muerte sin que hayamos conseguido rasgar sus arcanos. Todo el negocio de los médicos y los curas consiste en tratar de convencernos de que ellos guardan las códigos. Difícil creerles.

Por eso nos conformamos con secretos más domesticados como son los militares que se guardan en los cuarteles junto a las bombas, los misiles y los almanaques de mujeronas jarifas. En la OTAN hay una unidad de secretos que es un ir y venir de cuchicheos, de medias palabras, un lugar donde todo se hace a la chita callando. Existe una cadena de mando: desde el general de brigada de los secretos, que guarda el más hermético, el de quien muere despanzurrado, hasta el cabo furriel que se limita a custodiar los resultados del torneo de parchís que juegan los oficiales.

Yo recuerdo que en un Ministerio del que yo fui servidor existía en el despacho del ministro una caja fuerte cuyo contenido nadie conocía porque se había perdido la combinación lo cual no es extraño pues una combinación que se precie solo mantiene su dignidad si permanece en secreto. Pasado el tiempo conseguimos conocerla pero nuestra desilusión fue grande: allí no se guardaba más que un folleto del que existían miles de ejemplares distribuidos por todas partes. Aquella caja fuerte que, procede proclamarlo, es el ataúd de los secretos, nos la jugó y pagó nuestra curiosidad por conocer su secreto entregándonos lo que era un secreto... a voces. Esto pasa siempre que se tiene la osadía de desvirgar un secreto.

En la vida política hay muchos secretos. Saber cómo burlar a Hacienda sin causarse a sí mismo un estropicio es uno de los más valiosos. Pero hay también políticos que llevan tiempo tratando de desvelar el secreto a la Nación y se preguntan cómo se la identifica y cuántas hay, si dos, tres, cinco, es más hay quienes tienen confiado todo su embrujo como tribuno a este misterio ... Menos mal que la Nación no se deja arrebatar su secreto, hasta ahí podíamos llegar, porque precisamente la Nación es la depositaria de todos los secretos de la Historia, la Geografía y la Numismática y a buena hora está dispuesta a dar tres cuartos al pregonero mostrándosenos en sus claridades, en sus impudicias y en sus crímenes.

Ahora, estos días, se está intentando conocer el secreto de la elaboración de unas albóndigas que una gran marca comercial vende por millones. Se ha creado el espía de albóndigas -como hay el de la coca-cola- y ya comparte sindicato con el espía de naves espaciales. Como son diligentes y hábiles han resuelto el secreto pero no quieren decirlo por miedo a quedarse sin empleo y volver a vivir aquella época angustiosa que pasaron tras desenmascarar el secreto de las croquetas de ave y las empanadillas de atún.

Ningún temor, señores espías: siempre quedarán las salchichas de Frankfurt envueltas en su secreto silente, litúrgicas bajo el palio de su secreto inmortal.

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