Todavía hoy es hegemónica la noción moderna del ciudadano basada en una identidad estable, lo cual conlleva la negación de las subjetividades diferentes y la reducción de los objetos de pensamiento a principios universales, eliminando la alteridad y las diferencias, para construir el ideal de un yo absoluto y soberano supuestamente desprovisto de sexo, raza, historia o cuerpo. Habitualmente nos referimos a una persona genérica con una identidad inventada que afirma incluir a todos/as, pero que en verdad a casi nadie representa, con lo que multitud de minorías se sienten ausentes de un espacio social y cultural que no reconocen como suyo y que no los considera como ciudadanxs de pleno derecho.

Por ello, desde hace décadas, se viene planteando la necesidad de ir más allá de una concepción universal y abstracta del ser humano para llegar al ámbito de las singularidades y de las diferencias. Así, desde finales de los años sesenta, se ha producido en el arte un enfrentamiento drástico con las estructuras de poder cultural e ideológico en lo referente a la posibilidad de construcción de alternativas lúdicas e imaginativas que transgredan las normas de convivencia y las prácticas vivenciales. Las últimas décadas han sido muy significativas en cuanto al cuestionamiento de las viejas estructuras sociales y de las jerarquías patriarcales que regían la vida cotidiana. Todo un conjunto de sectores sociales marginados y condenados al silencio han aprendido a decirse y a ocupar un espacio en la esfera cultural y artística, una esfera donde no tenían cabida ni de manera simbólica, ni espacial, ni representacional pues, hasta ese momento, el arte y la cultura eran propiedad casi exclusiva del hombre blanco, machista y heterosexista.

A partir de ese momento, un gran número de artistas, centros y museos de arte están planteando un intenso debate por la visibilidad de las diferencias y el desmantelamiento del opresivo modo de representación tradicional que niega aquellas identidades que se oponen a un concepto universal de la ciudadanía. Vivimos en una época caracterizada por la eclosión pública de múltiples identidades (comunidades étnicas, colectivos feministas, movimiento gay, lésbico y trans...) y de aparición de diversos terrenos culturales que pugnan por sacar a la luz la pluralidad de formas de vida y de concepciones de la existencia que conviven en la sociedad occidental. Con ello, el concepto de representación artística se amplía considerablemente, lo cual genera unas propuestas culturales (en sintonía con el propósito feminista de lo personal es político) deseosas de rechazar el poder patriarcal, la vida alienante marcada por el consumismo, el culto a la productividad y la tendencia a la uniformización y a la segregación de las diferencias de cualquier signo.

Así, el reconocimiento de nuevas subjetividades significa la valoración de diferentes puntos de vista y temáticas diversas que, hasta ese momento, no se contemplaban. Esto ha producido un proceso de deconstrucción de las nociones binarias de centro y periferia, inclusión y exclusión o mayoría y minoría, tal y como operaban en la práctica artística y social mayoritaria. Estamos en un período en el que se han empezado a elaborar mapas, recorrer caminos y trazar geografías no conocidas que ayudan a desentrañar los múltiples mundos posibles que existen en la actual sociedad. Es por tanto necesaria una apuesta por el deseo de transitar por senderos más transversales, más abiertos y porosos; una apuesta por la rebeldía de los discursos minoritarios frente al discurso hegemónico, por no decir único, que dirigía (o todavía dirige) la vida cultural.

La eclosión de diferentes identidades ha traído consigo la posibilidad de mostrar la pluralidad de formas de vida y de concepciones de existencia que no se identifican con los valores y comportamientos morales mayoritarios y que reivindican otras maneras de amar, de vestirse o de relacionarse cotidianamente. Así, una explosión de identidades dispares y desprejuiciadas, mucho más plurales y abiertas que las que habíamos visto hasta hace muy pocos años, dejan de lado sus temores y se convierten en sectores activos en la transformación de la manera de vivir y entender el arte y la cultura. Son unos planteamientos que abogan por que las modificaciones culturales deben ser mucho más profundas, personales e íntimas, pues desean unos cambios que unan lo macropolítico con lo micropolítico y social, que se ocupen de parcelas o aspectos que hasta ese momento no se habían ni considerado, tales como la alteridad étnica, la relación entre feminidad y masculinidad, el control social y la vigilancia cotidiana, las otredades de la conducta€

Ello supone una nueva relación entre el deseo por lograr las libertades políticas y una visión mucho más amplia, multicolor y desinhibida de la vida cotidiana. Se trata de generar un espíritu y unas actitudes críticas que supongan una transformación radical de los comportamientos en los que la visibilidad de las identidades sea un elemento clave en la construcción de una alternativa a una moral autoritaria y discriminadora que no cesa de aflorar aquí y allá constantemente. Por eso, ante todo un conjunto de movimientos, ideas, y proyectos que nos ofrecen nuevas y plurales miradas, los museos no pueden más que abrir sus puertas y ventanas de par en par (si desean ser elementos críticos y activos) para ofrecer múltiples posibilidades y poner todos los medios posibles para mostrar la diversidad (de raza, color de piel, género, opción sexual, creencias religiosas€) que sostiene y da vida a nuestras comunidades. Los museos como espacios privilegiados para que se manifieste y se dé visibilidad a todas esas prácticas artísticas y culturales que suelen pasar inadvertidas; para que éstas hablen por ellas mismas con su propio lenguaje y de sus propias experiencias; para que aprendamos a escuchar a los demás (sean quienes sean) y seamos capaces de enriquecernos mutuamente.

Afortunadamente, el IVAM ha entendido que el arte y la cultura hace ya muchos años que dejaron de expresarse en una sola lengua y de una única manera, y que la pluralidad y la diversidad de modos, colores e historias nos hace a todas más libres.