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Inmigración, la asignatura pendiente de la UE

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha convocado este domingo a ocho jefes de gobierno de la UE -aunque al final acudirán al menos 16- para preparar la cumbre formal de los 27 países del 28 y 29 de junio que debe abordar el futuro de la UE y -mucho más urgente- el grave problema que amenaza con liquidar la libre circulación de personas y la eliminación de las fronteras interiores establecida en el tratado de Schengen: cómo hacer frente a la masiva llegada de refugiados e inmigrantes de Oriente Medio y de África que está alterando el mapa político de muchos países por la emergencia de fuertes partidos populistas que consiguen éxitos electorales con campañas contra la inmigración.

Todo se agravó en el 2015 cuando Angela Merkel -superando la negativa de países vecinos como Austria y Hungría- acogió a más de un millón de personas que huían de la guerra de Siria vía Turquía, Grecia y los Balcanes. Luego, las protestas internas hicieron que Merkel llegara a acuerdos con Turquía para restringir el fenómeno, pero en las elecciones del 2017 Alternativa por Alemania (AfD), de extrema derecha, pasó de 0 a 90 diputados. En Francia, Marine Le Pen llegó a la segunda vuelta de las presidenciales y en Austria se formó un gobierno conservador en coalición con la extrema derecha populista. Mientras, la UE no conseguía ni proteger sus fronteras exteriores ni que la mayoría de países respetaran la cuota de inmigrantes establecida por la Comisión para repartir la carga y que los países del Mediterráneo no afrontaran el problema en solitario. Y ante la impotencia comunitaria y de los Estados, grandes sectores de opinión abrazaron las tesis contrarias a la inmigración y rechazaron los principios humanitarios que los gobiernos -a medias- y otros sectores defendían.

Y todo ha explotado ahora cuando dos partidos populistas han ganando las elecciones en Italia y, pese a que en el último año el número de inmigrantes ha bajado -como en Alemania- el nuevo ministro del Interior, Matteo Salvini, ha cerrado sus puertos a barcos de inmigrantes rescatados por las ONGs. España, en un gesto humanitario, ha acogido a los del Aquarius, pero el problema tiene tales dimensiones que la acción de los Estados nacionales no lo puede resolver sin una efectiva política comunitaria. Además, en otoño hay elecciones en Baviera y la muy conservadora CSU levanta la bandera de la dureza con los inmigrantes -incluso contra la propia Merkel- para evitar que la AfD le robe una parte de sus votantes.

Así se percibe un incipiente bloque transnacional totalmente opuesto a la inmigración, el gobierno italiano, el gobierno austriaco (Austria ejerce el segundo semestre la presidencia rotativa de la UE), el ministro del Interior alemán de la CSU, y el gobierno regional bávaro, también de la CSU. Y este bloque está dispuesto a enfrentarse a Merkel, Emmanuel Macron y a otros países. Este es el complicado cuadro de fondo de la primera cita de Pedro Sánchez con los gobernantes de la UE.

La realidad es que Europa debe acoger inmigrantes, tanto por razones humanitarias (la frontera con África es la de dos continentes de riqueza y expectativas muy diferentes) como porque los necesita por motivos demográficos y económicos. Pero al mismo tiempo, la inmigración debe ser ordenada porque, caso contrario, genera reacciones contrarias de gran intensidad. Además, como decía el desaparecido socialista francés Michel Rocard, «Francia (ahora Europa) no puede acoger toda la miseria del mundo». Ordenar la inmigración y evitar así que Schengen (ya afectado por el terrorismo) salte por los aires es el gran reto. Difícil de superar porque se entremezclan la oleada de inmigrantes, las urgencias electorales, la demagogia contra la inmigración, el indocumentado buenismo e intereses contrarios de todo tipo.

Parece que la Comisión y el eje franco-alemán aspiran a encauzar el problema con campos de refugiados fuera de las fronteras comunitarias (para seleccionar así a los inmigrantes admitidos), controlando más las fronteras exteriores de la UE y haciendo cumplir a los países miembros las cuotas de acogida de inmigrantes. No es una asignatura fácil, pero si no se aprueba, no es sólo Schengen sino todo el proyecto europeo el que puede sufrir un tremendo golpe. Y no le conviene a Europa difuminarse más en un mundo sacudido por el caótico «America first» de Donald Trump.

Dos mujeres se disputan el mando en el PP

El PP afronta un julio complicado. Todavía convaleciente del mazazo de perder el Gobierno de forma súbita, tiene que elegir un nuevo líder a través de un complicado sistema que por primera vez da voz a los militantes, y el candidato mejor posicionado para reconstruir al centroderecha -Alberto Núñez Feijóo- se ha retirado inopinadamente. Pero el PP es un partido con fuertes raíces en una España que -por principio- desconfía de la izquierda y del PSOE y tiene alergia a la subida de impuestos. Y todas las encuestas dejan claro que el gran perjudicado por la fuerte alza del PSOE tras la formación del gobierno de Pedro Sánchez es Ciudadanos. No el PP, que conserva la misma estimación de voto que antes de la censura, unos nueve puntos menos que la de las últimas legislativas.

De cómo salga de la elección del nuevo líder dependerá en gran parte el futuro del PP. Feijóo era el candidato ideal. Es un PP pata negra, no está afectado por las tribulaciones y peleas intestinas del Gobierno de Mariano Rajoy y además sabe captar votos en el centro. Pero si Feijóo ganaba -tras una no fácil batalla con Soraya Sáenz de Santamaría- habría sido líder de la oposición pero sin acta de diputado, habría tenido que sufrir las próximas sentencias de la Gürtel, convivir con Dolores de Cospedal en la secretaría general del partido y afrontar procesos electorales que no pintan bien para el PP. Tiene 56 años y va a acabar su mandato en Galicia. Después?

Ahora, la batalla se centra entre las dos mujeres a las que Rajoy dio más poder. Soraya ha sido el ministro del PP con mejor imagen, tiene un perfil más tecnocrático, de alto cuerpo del Estado, que de derecha intransigente, y en las encuestas es la mejor valorada por los electores, no tanto por los militantes del PP. Su gran activo es que mira al centro. Su pasivo, que sectores del PP piensan que no es de ellos, sino que se ha aprovechado del partido. Cospedal, combativa y más abierta en privado que en público, tiene el pasivo de ser vista como muy escorada a la derecha y tener por tanto difícil la seducción del centro, pero puede ser la preferida del aparato y de la militancia. El resultado es muy incierto. Y ahí está Pablo Casado que, sin solidez, con desparpajo mayúsculo y dicen que alentado por José María Aznar, podría deparar alguna sorpresa.

El PP no tiene resuelta su asignatura de julio, pero si la aprueba tiene muchos puntos para seguir siendo el partido del centroderecha. Es su gran activo. El pasivo es el sectarismo derechista que demasiadas veces le domina y que le dificulta recoger votos del centro liberal alérgico a la derecha impenitente.

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