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El PP en su terra ignota

El PP explora su propia vía en la terra ignota en que se han transformado la segunda mitad de la legislatura. Hay inquietud y expectativas encontradas en torno al proceso interno para elegir al sucesor del nuevo hombre feliz que, al menos en apariencia, es Mariano Rajoy. Estamos ante el ensayo sin red de un procedimiento incorporado sin excesiva convicción en el congreso de 2017, cuando resultaba imposible anticipar la rápida caída del entonces líder del partido y la pérdida del poder. La dirección de los populares aceptó entonces una forma de primarias controladas ante la necesidad de homologarse con el resto de los partidos en los que ya están instauradas formas abiertas de elección de los líderes. La generalización de una democracia interna con las menores restricciones posibles resultaba inevitable salvo que se pretenda mantener a la militancia de las organizaciones políticas, una de las piezas claves del sistema, con derechos inferiores a los de los socios de cualquier entidad recreativa. A la incertidumbre que genera toda novedad, el proceso iniciado en el PP añade las circunstancias dramáticas en las que se produce la búsqueda de recambio, lo que agrava el vértigo de un partido cuya vida interna estuvo regida hasta ahora por jerarquías rígidas, sin disonancias ni debates. La primera consecuencia será, previsiblemente, de índole orgánica y consistirá en una mengua de la afiliación. Con más de 800.000 militantes declarados, el PP figura como el primer partido de España, aunque los bajos ingresos por cuotas inducen a sospechar que los censos no están al día, lo que encubre el alcance real de su implantación. Con más "durmientes" que Podemos, la participación en la elección del nuevo líder dará la dimensión auténtica del PP, incluso aunque prospere la posibilidad de condonar las cuotas impagadas a quienes una vez fueron militantes, y nunca recibieron la baja formal, a cambio de un abono único de veinte euros. Sean los que sean, hay siete candidatos que ahora se disputan el título de valedores de los afiliados, algunos con más méritos que otros. Soraya Sáenz de Santamaría nunca se embarró en exceso en la vida interna del partido, lo que en este nuevo escenario supone una desventaja. La exvicepresidenta explota su perfil más institucional y desde el mismo momento del inicio de la carrera mira a la Moncloa y pone a la futura candidata a la Presidencia del Gobierno que quiere ser por delante de la presidenta del partido. María Dolores de Cospedal domina el doble registro y se presenta a la vez como alguien con experiencia en las instituciones y proximidad a la militancia. Ahora se atribuye el mérito de haber abierto el partido a quienes lo sustentan. Su hándicap consiste en que la ambición de poder, que a todos los candidatos se les supone, resulta más evidente en quien tanto empeño puso en acumular cargos en estos años. Las heridas de guerra frente a Bárcenas y otros que reclama como méritos son, en realidad, un demérito en el contexto depurativo en que el PP busca escapar de su pasado. Pablo Casado exhibe 5.000 firmas y se proclama el favorito de la militancia. Esos avales son una falsa medida, como bien comprobó Susana Díaz tras empapelar a Pedro Sánchez con unos respaldos previos que no tuvieron correlación con las papeletas de las urnas. Por edad y generación Casado está libre de vínculos con las zonas oscuras del partido pero es un pato cojo mientras pese sobre él la sospecha de tener estudios por encima de su inteligencia. Los restantes candidatos, incluido el "Pepito Grillo" de García-Margallo, un papel que nunca ha de faltar en estos procesos internos, apenas tienen opciones frente a las tres caras más conocidas del partido. La pugna es tan abierta que hasta puede producirse una salida en falso, la oportunidad que espera Núñez Feijóo.

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