Justo al contrario de lo que le ocurrió a Martin Luther King en 1963, hoy he tenido una pesadilla. Aparecía, de repente, dentro de un coche circulando hacia el centro de la ciudad por la V500 (también esta autovía estaba en mi pesadilla), atravesando un desolador paisaje. A ambos lados de la carretera, había un continuo de anodinas naves industriales rodeadas de enormes alineaciones de contenedores apilados, salpicadas aquí y allá por altas grúas portuarias. Todo ello en un entorno gris y lúgubre, sin resto de vegetación ni humanidad. Una gigantesca ZAL (zona de actividades logísticas) se extendía hasta donde alcanzaba la vista, tocando hacia el norte con unos edificios de hormigón blanco fuera de escala. Por lo que veía, había desaparecido por completo la huerta por el sur, su tejido característico, sus cultivos, sus barracas y sus habitantes. También el puerto parecía no acabar nunca, se veían diques, plataformas y muelles entrelazados sin fin hacia el Mediterráneo.

Todavía incrédulo, entré en la ciudad por el antiguo cauce del Túria€ ¡por dentro! València había desviado el río, pero por el cauce, en lugar de un jardín longitudinal, circulaban coches, miles y miles de coches. Al parecer, algo había ocurrido en los años 70 y la ciudadanía no se opuso al plan franquista para convertir el otrora río en una autopista. De repente, «el llit del Túria ni era nostre ni el volíem verd». Veía un río de contaminación y humos, con vehículos motorizados ocupando el antiguo lecho fluvial y yo era parte de ello€ Ni Parque de cabecera, ni Palau de la Música, ni Gulliver, ni... sólo coches, motos, tráfico, ruido y polución.

Pero la pesadilla no acababa ahí. Con los saltos espaciales propios de los sueños volvía a la V500, pero esta vez en sentido contrario. De nuevo el desastre del continuo industrial de la ZAL y siguiendo el río de automóviles, llegaba a El Saler. También allí todo era diferente, se había urbanizado por completo. Veía enormes torres de apartamentos por doquier, un puerto deportivo, campos de golf y un eterno paseo marítimo impropio que recorría todo su frente, ahora de hormigón. Y la Albufera se había reducido prácticamente a un charco grande. No lo podía creer, la huerta había desaparecido, el jardín del Túria no existía y también habían devorado el Parque Natural. Parecía, de nuevo, que allá por los 70, los vecinos y vecinas de València habían decidido ponerse en manos de la dictadura que tanto imponía, y abrazar su plan de urbanización de la Dehesa como nuevo centro turístico y de recreo. El Saler no era «per al poble».

Esa no era mi ciudad, no me reconocía en ella. Cuando estaba pensando qué habría pasado por el norte, por suerte, desperté. Todo había sido un mal sueño. El jardín del Túria seguía siendo verde y articulaba toda la ciudad, con su vegetación y su ciudadanía disfrutándolo; ni rastro de coches. La urbanización de El Saler se había parado a tiempo y, aun con algunas torres, el ecosistema estaba regenerado, las dunas y la Dehesa seguían ahí€

¿Y la ZAL? Ahí sueño y realidad se confunden. No está todo perdido, estamos a tiempo. Igual que en los años 70 la ciudadanía se pudo levantar contra las barbaridades que pensaban ejecutar las autoridades (autovías por cauces y centros turísticos en parques naturales), hoy nos podemos sublevar contra la miopía que significa despreciar la huerta restante y construir una ZAL.

Estamos a tiempo de seguir los pasos de nuestros mayores que tuvieron visión de ciudad a gran escala. Convertir el río en jardín no era importante sólo para quienes lo veían desde sus balcones (que también), lo era para toda la ciudad. Igual que mantener la Dehesa y los pinos no era sólo para el pueblo de El Saler (que también!) sino para toda la ciudadanía y el ecosistema.

Todavía una gran mayoría de vecinos y vecinas de València, animados por la campaña «Aturem la ZAL, recuperem La Punta», podemos salir a la calle y reclamar otro modelo territorial. Exigir cambiar el gris industrial por el verde, que se reconvierta la ZAL en un nuevo parque de desembocadura del antiguo cauce, que complete la infraestructura verde entre el Parque del Túria y el Parque Natural de la Albufera. Un parque metropolitano que pueda devolverle la dignidad robada a la Punta y a Natzaret.

Por suerte todo ha sido una pesadilla.