La decisión de dejar en libertad bajo fianza de 6.000 euros a los miembros de la autodenominada La Manada nos deja a todos perplejos: ni la gravedad de los hechos ya juzgados en firme, aunque con sentencia recurrida, ni la muy posible reincidencia de alguno de los componentes, que están a la espera de otro juicio por hechos anteriores y de naturaleza semejante, ni la sensibilidad social contra la violencia ejercida sobre las mujeres, que está a flor de piel y soliviantada, parecen justificar tal decisión y no se entiende más que bajo la óptica de una mirada patriarcal que tiende a minimizar lo sucedido.

(Reflexión. Una de las muchas fuentes del error es tratar por igual lo que es distinto o como diferente lo que es igual. A riesgo de equivocarme más de lo que ya es frecuente, no deja de sorprenderme que mantener la prisión preventiva sea injusto en el caso de los cinco malvados juzgados, lo que justificaría su libertad bajo fianza mientras la cosa se sustancia, y que, sin embargo, mantener en presión preventiva al buenazo de Oriol Junqueras, a la espera de un juicio que todavía está por llegar, sea justo. Y ya sé que no son casos comparables: en un caso nos enfrentamos a un delito repugnante y ya juzgado, en el otro a un supuesto delito de desobediencia; en el primer caso se da un rechazo social unánime, que no se da en el segundo. En fin: no acaba uno de entender cómo funcionan estas cosas y la mentalidad de quienes las manejan).

Cuando lo nuestro es lo de todos y cuando lo que quieres te lo tienen dar, se producen esperas desesperantes y decepciones. En el tema de la financiación autonómica, el Gobierno recién estrenado podría haber dicho cualquier cosa, excepción hecha de que «no hay tiempo para reformarla». Bastaría que añadieran al tiempo que les queda de gobierno el tiempo ya empleado en el análisis de las cuestiones técnicas: una eternidad para nosotros, simples mortales. No falta tiempo, sino coraje. ¿O es que sólo van a abordar lo que no es conflictivo? Entre las batallas que se pierden están las que no se libran.

A mí no me gusta el fútbol (entiéndanme: me gusta que gane la selección, que no pierda el Valencia, que suba a primera el Numancia y que, reactivo, pierda el Real Madrid: pero el fútbol no me gusta). El otro día, además, estuve a punto de morirme de aburrimiento: menos mal que me entró la ansiedad y me mantuvo no en vilo, pero sí despierto.

Aunque a nadie le importe lo que yo diga, me gustaría decir que el día del Orgullo Gay se está quedando a medio camino entre la manifestación y el desfile, sin llegar ni a la una ni a lo otro: le falta mala hostia y jolgorio. Se queda en procesión animada. Seguiré asistiendo por imperativo moral y derecho de conquista.