Estuvo con nosotros en la Complutense a finales del mes de mayo. Vino al Seminario Crítico-Político Trasnacional, el foro que impulsamos Erin Graf Zivin, Jacques Lezra y Alberto Moreiras, profesores de diversas universidades norteamericanas, y nuestro Departamento de Filosofía y Sociedad. Allí analizamos durante tres días los dos volúmenes de su obra sobre antropología política. Hablo de Etienne Balibar, uno de los filósofos franceses más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, discípulo directo de Althusser, que desde la dispersión de la escuela ha protagonizado un camino intelectual propio lleno de matices, de fidelidad y de rigor. Desde que devino emérito de la Universidad de París-Ouest, ha seguido muy activo en diversas universidades norteamericanas e inglesas y ha impartido cursos y seminarios de forma continua por todas partes.

En los días que estuvo con nosotros, con un gran esfuerzo personal, escuchó desde primera hora todas las intervenciones que le ofrecimos con una atención sincera, y en sus respuestas nos dio un ejemplo de humildad, de búsqueda filosófica y de compromiso intelectual infatigable. Balibar es un filósofo entero. Esto significa que en todo lo demás es un hombre extremadamente sencillo y cordial. Pero cuando se trata de reflexionar sobre un problema, no atiende a otra cosa más que al problema en cuestión. Será difícil encontrar un filósofo vivo que haya repensado de forma tan intensa la tradición desde Kant a Weber y que haya aplicado de forma tan personal ese conjunto de categorías a los problemas del presente.

Pero ahora, hace unos días, nos mandó una entrevista publicada en L´Humanité-Dimanche. Tras leerla me ha parecido oportuno ofrecer un comentario porque me parece una intervención llena de coraje y de interés. Trata en ella de la crisis democrática, política y existencial de la Unión Europea, y critica las propuestas de Emmanuel Macron porque, en su opinión, en lugar de solucionar las cosas profundiza en los males europeos. Lo primero que conviene subrayar es que para Balibar la crisis actual de la construcción europea en su lógica actual es irreversible. No volverán los buenos tiempos si no los creamos de nuevo. Por ahora, la crisis presenta una lógica espacial de desplazamiento de un país a otro. Pero su temporalidad es irreversible, consecuencia de la doble desigualdad que ha producido la utopía de un mercado sin compensaciones ni equilibrios: entre grupos sociales y entre territorios.

La paradoja es que, para la defensa de territorios privilegiados, se moviliza políticamente a los grupos sociales menos solventes. Se trata de un movimiento parecido al que llevó a las clases medias y bajas pauperizadas a la defensa de los fascismos de los años 20 y 30. Pero Balibar identifica otro fenómeno. Para él, el brexit y Grecia muestran que de la UE no se puede salir ni se puede echar a nadie. En este mismo sentido, y corroborando esta posición, el pasado domingo supimos que cobra fuerza en el Reino Unido la solicitud de un nuevo referéndum para aprobar la negociación final con la UE. Si había algún país que podía aspirar a una política de soledad era el Reino Unido. Que incluso éste tenga dificultades insuperables permite concluir que cualquier otro país iría directo al precipicio.

Sin embargo, esto no es alentador para Balibar. Las fuerzas xenófobas y antieuropeas han crecido tanto que, a pesar de que no tienen proyecto alternativo, están en condiciones de neutralizar las fuerzas que podrían impulsar alguna novedad en Europa. Esta situación es la que presenta consecuencias imprevisibles. Las fuerzas hegemónicas pueden quedar neutralizadas, pero los elementos hostiles no tienen proyecto. Italia no podrá ser tratada como Grecia, ni en el fondo ni en la forma, pero tampoco podrá volver a la lira. Así que la situación puede pudrirse. Y una vez podrida es cuando se podría encontrar el terreno abonado para las aventuras.

La demostración del impasse es que nadie ha impulsado un debate productivo en el Parlamento Europeo sobre la crisis de la construcción europea. Se comienza a apreciar que esta ausencia quiere evitar la cacofonía que se seguiría de ese enfrentamiento. Ese miedo tiene una consecuencia: no se recurre a las instancias democráticas por los peligros populistas; pero de ese modo se disminuye la base democrática de la Unión. Es un círculo vicioso que deja la palabra a los tecnócratas, lo que cierra el círculo, porque son ellos los que han llevado a Europa a la situación en la que se encuentra. A pesar de ello, Balibar reclama un debate democrático serio, pues en su opinión urge romper el círculo vicioso descrito.

En todo caso, Balibar dice con claridad que Macron no tiene un plan, sino solo un maquillaje. Y esto significa que por mucho que se pongan de acuerdo Macron y Merkel, y por mucho apoyo que les pueda brindar Sánchez, esos arreglos de salón no podrán ir muy lejos, sobre todo cuando las decisiones son de calado. Por ejemplo, y con una dureza extrema, Balibar acusa a Francia de hipocresía respecto de la política de refugiados, descubre que desde Calais a la frontera italiana su actitud siempre estuvo dictada por las exigencias de Gran Bretaña y denuncia que su país no tiene una actitud diferente a la del grupo de Europa oriental. Estos países sencillamente son más francos. Balibar tiene clara la valoración: lo que está sucediendo en el Mediterráneo alcanza una dimensión genocida. La historia nos pedirá cuenta por ello.

Balibar solo ve una solución real: una izquierda europea capaz de imponerse en suficiente número de países a la vez. En la línea de lo que proponía Varoufakis, en esa convergencia popular ve la única posibilidad de que se deje de confiar en los acuerdos por arriba y se dote de base democrática un presupuesto europeo como apoyo de una moneda común capaz de equilibrar las regiones europeas. Para eso es necesario eliminar el punto en el que Balibar ve el populismo más perverso, la doctrina oficial de la Comisión: que los países del norte son los que pagan y los del sur los que reciben. En su opinión, ese relato no mide bien los beneficios del norte con la Unión, sus ventajas de productividad y de competitividad. No haber previsto la reacción nacionalista basada en el miedo de un país a ser estructuralmente explotado por otro, eso ha sido letal. El comentario tiene un especial valor para Italia.

A veces el nacionalismo es una pasión con causas económicas. Ante eso, son tres los grandes retos que Balibar ve ante Europa: definir su lugar en la mundialización, ordenar su política social frente al neoliberalismo y equilibrar su política nacional con la política europea común, de tal modo que tiendan a ser convergentes. Sólo un dispositivo federal puede lograr este punto. Esto sólo puede significar una cosa: que el pueblo europeo eleve una representación política capaz de organizar las finanzas europeas con base democrática. Si no es así -avisa- Europa quedará fracturada en unas regiones atractivas para el capital internacional; otras de subcontratación y de economía subalterna; otras de mano de obra barata y las últimas entregadas al turismo de las clases medias, donde sobrevivan. Las consecuencias sociales y ecológicas de esta división serán catastróficas y Grecia es una buena prueba de ello. Pero las consecuencias políticas ya están llamando a la puerta y tienen un nombre: sálvese quien pueda.