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Literatura de diarios

Como autor soy polígamo sucesivo y hasta compulsivo, pero como editor resulto un tanto recatado porque salvo una experiencia prematrimonial con El virgo de Vicenteta en edición bilingüe, gentileza del Ayuntamiento de Sueca, tras el vínculo sacramental con Alfons el Magnànim he tenido otro parto gemelar: Chaflán, de Abelardo Muñoz, y Sin dios y sin diablo, de Joan Garí. Apenas unas horas después de presentar el segundo, Manel Alonso, que tiene los ojos redondos y atentos de la lechuza ática y el cuello de la niña de El exorcista, de manera que traza una panorámica completa de la escena cultural, escribía en Facebook: «L´acabe de llegir i he escrit un article sobre ell. Bon llibre». Manel es Premi de la Critica por Les petjades de l´home invisible.

Los dos libros alumbrados, con el esmero y los cuidados de Vicent Ferri, tratan de literatura en los periódicos que, aunque parezca mentira, no es de los peores sitios para buscarla, la literatura. Garí usa el artículo breve para atrapar bocados de realidad con el cuidado en la adjetivación que un tallador de diamantes de Amsterdam pondría en el manejo de su material. El caso de Abelardo Muñoz es distinto ya desde el título. Chaflán remite a algo oblicuo y esquinado y a la vez muy habitable, incluso cotizado. Hubo un presidente del Barça, Josep Lluís Núñez me parece, que negoció mucho con los chaflanes de Barcelona. Las crónicas de Abelardo son visiones a través del ojo llameante de la ciudad encanallada. Su género es la crónica y aunque el autor pasó por un descenso a los infiernos en busca de Eurídice o del higo búdico, este Orfeo russafí nunca se olvidó de traerse la lira.

La belleza puede ser convulsa, como en el caso de Chaflán, o no. Se puede hacer poesía después de Auschwitz, lo difícil es que sea buena. Y lo más profundo no es la piel, sino ciertas pieles, otras son como el papel de lija o el cuero de culo de mandril. Así pues, estoy entregado a la demolición de las frases que me hicieron, lo que significa que me he convertido en el clásico de mi mismo que no sé ni qué es ni si sirve para algo. Y me alegro.

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