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Rajoy, del Rubicón al Vinalopó

Mariano Rajoy ha cruzado el Rubicón en solitario. Una apresurada retirada de la vida pública y la reticencia a capitanear su sucesión han sumido al Partido Popular en el desconcierto, varado en la orilla del río, con el vértigo propio de quien ha de adoptar una grave decisión.

Abandonadas por el jefe y guiadas por sus lugartenientes, las huestes populares se han visto obligadas a afrontar un proceso electoral a marchas forzadas. La suerte está echada. Rajoy sabía, como Julio César, que estallaría una lucha cruenta de consecuencias imprevisibles, pero no había otra salida; era necesario atravesar el río. Del mismo modo, César fue consciente de lo que significaba cruzar el Rubicón con las legiones, traspasar el límite permitido, avanzar hacia Roma e irrumpir en el territorio donde imperaba el derecho, no la fuerza.

Esta popular expresión, no exenta de épica, define la situación de un partido inesperadamente descabezado, sin tradición de primarias e inmerso en una concurrida carrera sucesoria, insólita y desacostumbrada. De las siete candidaturas presentadas, las todopoderosas Mª Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría compiten entre ellas con la misma naturalidad con que lo harían dos varones; no obstante, parece que la competencia entre mujeres se percibe como algo pernicioso, inherente a la condición femenina. Sin embargo, nada hay tan humano como el ansia de poder. Era cuestión de tiempo y de oportunidad. Obviamente, también ellas han de batallar contra el resto y, tal vez, contra sí mismas por mantener a buen recaudo cierto material destructivo para los adversarios; según dicen, existe artillería suficiente para la voladura del propio partido. Quién sabe si la espantada de Alberto Núñez Feijóo, a duras penas revestida de lealtad galaica, pudiera obedecer a tan oscura motivación. El tiempo dirá si se amilana definitivamente o bien aguarda su turno, atrincherado en la Xunta de Galicia, a la espera de conocer y reconocer al triunfante de la justa popular.

Por su parte, Pablo Casado, el tercero en discordia, representa para algunos la ansiada regeneración. El velozmente titulado en Derecho y máster, representa el exponente de la vinculación temprana a un partido del sospechoso modo en que la política suele urdir carreras meteóricas. Cuesta creer que la remodelación y el proyecto de futuro de los populares puedan sustentarse en tan inconsistente mérito. Además, la juventud per se, sin otro atributo que la refuerce, resulta para cualquier profano un bien a todas luces insuficiente, una virtud efímera que se desvanece con la edad.

Las siete candidaturas en liza han recabado avales en número desigual, con una exhibición pública a modo de munición que, finalmente, bien podría convertirse en fuego de artificio. Conviene señalar, en este sentido, la extraña reticencia de la exvicepresidenta a mostrar los suyos, aunque algunos exministros han verbalizado su apoyo.

Así las cosas, se prevé una encarnizada lucha por el poder, aunque sería deseable que viniera acompañada de un cierto debate de ideas, inexistente hasta la fecha, que permita superar los personalismos y sentar firmemente las bases de la auténtica regeneración que pregonan. Al parecer, esto es lo reclama algún candidato utilizando una desafortunada comparación.

En resumen, asistimos a dos travesías fluviales contrapuestas: una aventurada, la de las candidaturas populares, que cruzan vertiginosamente el Rubicón hacia la presidencia del partido, y otra segura, la de Rajoy, atravesando con parsimonia el Vinalopó, rumbo a la benignidad del clima mediterráneo y al sosiego del Registro de la Propiedad santapolero.

Desde este feliz destino alicantino, el expresidente tal vez recuerde las palabras de Julio César frente a las «parvas ondas» del Rubicón, plasmadas en los versos del poeta Lucano: «Aquí abandono la paz y el derecho ultrajado. A ti te sigo, Fortuna. ¡Lejos los traidores! ¡Pongámonos en manos del destino! Tomemos la guerra como árbitro».

«Alea iacta est».

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