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Acoger es una cuestión de humanidad y de derecho

Seguirán apareciendo más barcos, cargados de vidas humanas esperanzadas tras tanto sufrimiento, sin saber que su suerte está a la deriva, esperando una respuesta europea consensuada que debería llegar a buen puerto.

El pasado 20 de junio conmemoramos el Día Mundial de las Personas Refugiadas, y después de meses en los que parecían haber desaparecido de la agenda política, social y mediática, se vuelve a hablar de las personas refugiadas. Hablamos de las 630 personas salvadas por el buque Aquarius, que navegaban por el Mediterráneo en busca de un puerto en el que encontrar refugio, en el sentido más literal de la palabra.

Quiero poner en valor la buena actitud del Gobierno de España ofreciendo un puerto en el que desembarcar a estas personas que escapan de la miseria, la guerra, la violencia o la persecución. Es una decisión en la buena dirección, la que debe poner en primer lugar a las personas y a la salvaguarda de los derechos humanos sobre cualquier tipo de interés político o económico. Creo que debe ser un primer paso para empezar a revertir y a transformar una política europea insolidaria, restrictiva e indiferente hacia la situación desesperada de miles de personas atascadas a un paso de sus costas.

Es necesario que desde España y desde la Unión Europea se habiliten vías seguras y legales para las personas refugiadas y migrantes. Esa será la única forma de luchar contra las mafias que se enriquecen con el negocio del tráfico de seres humanos. Pero será, sobre todo, la única manera de recuperar la dignidad y ofrecer una respuesta desde la justicia, la solidaridad y la humanidad.Quiero recordar lo que significa habilitar vías seguras y legales, que es sencillamente aplicar los mecanismos legales que ya están contemplados y aprobados en los cuerpos legislativos de la UE y España.

Directiva de Protección Temporal en caso de afluencia masiva de personas: implementar la directiva europea prevista para gestionar situaciones como las llegadas a las costas de los países del sur de Europa. Esta directiva, dirigida a activarse para el caso de personas que ya se encuentran en territorio europeo, prevé la autorización de residencia de un año prorrogable a otro, la redistribución entre los Estados miembros y la posibilidad de extensión o reagrupación familiar para las personas acogidas.

Solicitudes de Protección Internacional en embajadas: activar el mecanismo previsto en la ley para que las personas que no pueden llegar a España y han tenido que escapar por causa de la guerra, la violencia o la persecución al país más cercano o limítrofe con el suyo puedan acudir a la sede diplomática española y solicitar su traslado para formalizar una solicitud de protección.

Reagrupación familiar para las personas refugiadas y migrantes: agilizar el procedimiento de extensión familiar y flexibilizar los requisitos para poder llevarla a cabo.

Visados de tránsito: eliminar los visados de tránsito que impiden a aquellas personas que proceden de un país donde está probada la existencia de una situación grave de conflicto la permanencia en el territorio nacional.

Reasentamiento: aumento y cumplimiento de los cupos establecidos en España para las personas necesitadas de protección internacional que se encuentran atrapadas en campos de refugiados de países limítrofes a los que los generan.

Es a este conjunto de medidas que llamamos genéricamente vías seguras y legales, existen y están previstas en la ley. Únicamente es necesario activarlas, y eso requiere tomar una decisión política en una dirección que acabe con tanto sufrimiento, tantas muertes y tanta miseria moral en esta fortaleza indiferente en que se ha convertido la Unión Europea.

Fortaleza que ahora se ve reforzada un paso más allá, con la propuesta de la creación de centros de inmigrantes fuera de la Unión Europea, externalizando así sus fronteras y deshumanizándose todavía más. Un planteamiento que está fuera de toda lógica y como dice Pepe Mujica: «Sí, es posible un mundo con una humanidad mejor. Pero tal vez hoy la primera tarea sea salvar la vida».

Hablamos de la necesidad de rejuvenecer nuestra población, de las bajas tasas de natalidad y caemos en la contradicción de rechazar población joven que, hasta mirándolo desde un punto de vista egoísta, necesitamos para que nuestras sociedades no solo envejezcan. Pero no, seguimos viéndolo como una amenaza y no como una oportunidad que además construiría un mundo mejor.

Un mundo donde no miremos a las personas desde la distancia física y cultural, desde la distancia de realidades que nos convierten en arrogantes por sentirnos merecedores de haber nacido en lugares donde esas cosas nunca pasarían. Los nacionalismos generan miedos concretos y muy efectivos que producen ansiedad entre personas que no quieren perder su status y sus privilegios, y tampoco quieren que se les cuestione si se están comportando como seres humanos indiferentes ante la crueldad y la barbarie.

Seguirán apareciendo más barcos, cargados de vidas humanas esperanzadas tras tanto sufrimiento, sin saber que su suerte está a la deriva, esperando una respuesta europea consensuada que debería llegar a buen puerto, nunca mejor dicho.

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