He leído en diversas ocasiones, y a diversos autores, que en la actual situación de la cultura contemporánea no somos capaces de abordar, con los conceptos heredados y en los que hemos sido educados, la evolución asombrosamente rápida en la transformación cultural, social y tecnológica de nuestro mundo.

A golpe de vista, parece que sí: las sociedades actuales son complejas y eso requiere conceptualizaciones que en una sociedad agraria y estamental no había. Pero, reflexionando, intuyo que hay un cierto engaño en este aserto. Por poner un ejemplo, un profesional, hoy día, si no se actualiza, en dos años está obsoleto; pero al mismo tiempo, si tiene una buena base formativa, en cinco meses está al día. A mí me parece que el diagnóstico señalado no es tan certero.

El ser humano es humano desde hace mucho tiempo. Las cosas, aunque hayan cambiado, no lo han hecho tanto que dejemos de ser humanos. Para mí, la cuestión no es tanto que carezcamos de conceptos heredados, sino más bien de que no han sido transmitidos. No los hemos recibido.

Hoy no hay problemas para que un adolescente sea un hacker consumado, un friki de lo digital. El problema actual es que los jóvenes, y los mayores, no distinguimos conceptos que nuestros abuelos tenían claros. El problema de hoy es que no sabemos diferenciar lo bueno de lo malo, y lo confundimos con lo útil e inútil. O desistimos de buscar la verdad, porque la verdad, en definitiva, no existe: lo que además de ser una pedantería, nos sitúa en un contexto de carencia, porque nadie busca lo que no existe; o que cualquier opinión sea valiosa y válida por el mero hecho de haberla proclamado yo como indubitable e indiscutible; o que no distinguimos, en la época de la postverdad, lo falso de lo verdadero. En definitiva, nos han educado para creernos nuestras propias mentiras hasta tal punto que no sepamos distinguir que, en realidad, son solo meras mentiras. Y esto me parece grave.

La máquina de hoy, el software de hoy, son obsoletos mañana; pero lo verdadero hoy, será verdadero mañana. No importa que no sepamos cómo; lo importante es que sepamos el qué. Lo más es que nuestra vida esté llena de sentido, no que sea importante, ni que seamos los números uno, ni los más inteligentes, ni los más guapos, ni que salgamos en las portadas de los periódicos o de las televisiones.